P.T. Anderson, el narrador incómodo


11 de Marzo de 2015
por David RL

Inherent vice

En Puro vicio, a Paul Thomas Anderson, quizá el gran genio del cine norteamericano actual, las tramas y subtramas creadas por Thomas Pynchon le interesan lo justo. Están ahí, son mero vehículo para llevar a Doc Sportello, el particularísimo private eye que protagoniza la historia, de un escenario a otro, o más exactamente: de un personaje a otro.

Todo en la película es un viaje. Para empezar, por que es un pormenorizado recorrido que se convierte en la constatación de la muerte del hippismo, con los obtusos súbditos de Charles Manson en boca de más de uno de los personajes que pueblan la historia. Por eso, quizá, ese claro tono de melancolía, esa tristeza inherente. Es la película de un adiós. Shasta es, en la mirada de Sportello, el reflejo de esos años que fueron de esperanza y que son, ahora, de inevitable constatación.

Aquí, la voz en off que narra los avances del detective no es la voz grave y masculina del noir clásico. En su lugar, escuchamos una suave voz femenina, más centrada en relatarnos los brumosos vaivenes emocionales de Doc que en sus intereses estrictamente profesionales. Por más que él siempre verbalice precisamente eso, su intención de ser ante todo un buen profesional, Shasta siempre reaparece en su mirada, en su boca, en los objetos y pertenencias de ella que aún conserva.

La película es un viaje también en su tono, en su ritmo, en su apuesta formal. Edificada sobre largas conversaciones, en las que a menudo lo que se investiga, pregunta o descubre es lo de menos, el ritmo viene a ser siempre el del propio avance mental del personaje de Joaquin Phoenix: difuso, pegajoso, fumado. Tanto es así que, cuando ocasionalmente nuestro protagonista prueba alguna otra sustancia -cocaína en la demencial escena con Martin Short-, el ritmo de la propia película se altera.

La película es incómoda. Tanto en ese ritmo emporrado como en su distorsionado sentido del humor -que responde, probablemente, a la misma idea, al mismo concepto, con variantes y altibajos que descolocan continuamente al espectador, obligado a ver el mundo a través de los ojos de su protagonista. ¿Con cuántos tiros en el cuerpo tengo que afrontar esta escena?

Inherent vice

Búsqueda de nuevos lenguajes

Es fácil, de un primer vistazo, marcar una diferencia muy reconocible en las tres últimas películas de Paul Thomas Anderson respecto a su filmografía anterior. Pozos de ambición y The master, muy emparentadas entre sí, son más rudas, claramente más áridas en su lenguaje narrativo que sus exuberantes esfuerzos anteriores. Hay en Inherent vice algunos elementos de ambas, tanto en lo referente a la puesta en escena como en el empleo de la música -en las tres ha colaborado con Jonny Greenwood.

Sin embargo, creo que es interesante detenerse a comprobar hasta qué punto, realmente, Anderson viene trazando una búsqueda ya desde películas anteriores. El objeto de esa búsqueda no es otro que dar con nuevos recursos narrativos con los que incomodar al espectador y obligarle a atender a una historia de formas completamente diferentes a las que acostumbra, cruzado en la butaca, molesto en ocasiones, sorprendido en otras.

Me voy a remontar, aunque parezca excesivo, a Magnolia. Todavía con algunos recursos técnicos y formales muy de Scorsese (esos paneos frenéticos) pero sobre todo con la innegable influencia de Robert Altman a cuestas, el paso más allá que da P.T. Anderson es el de convertir la película, al completo, en un dilatadísimo clímax de tres horas. El espectador se ve exigido a una entrega emocional de atención casi insana. La película finaliza y la sensación es de extenuación, de haber corrido una maratón. Y de haber asistido a una película única, excepcional.

Ahí él ya tenía claro, por lo tanto, que no quería darnos la misma película, el mismo drama coral. La experiencia como espectador ya es otra. Es más, todavía hoy, ¿cuántas veces hemos vuelto a ver una película así?


'Punch-drunk love', prima lejana


En Punch-drunk love, si analizamos cómo P.T. Anderson elige contar su historia, enseguida descubrimos que toma exactamente la misma decisión que en Inherent vice. Aquí estamos ante un anodino pequeño empresario sobreestresado por sus hermanas y por su propia ira contenida. Ese es el ritmo que toma la historia: frenético pero caótico, y con toda la sensación de estar a punto de explotar, por un lado o por otro.

Sin embargo, Barry, el protagonista interpretado por Adam Sandler, se enamora. Y, consecuente con esa teoría de que el enamoramiento es un sublime estado de felicísima tontera, la película se mimetiza con esa sensación: absurda, feliz, colorida, tonta perdida. El resultado es una de las comedias románticas más estimulantes que recuerdo.

Punch drunk love

Como digo, ahora, más de diez años después, en el fondo Anderson toma idéntica decisión formal: convertir a la película, a sus colores, su ritmo, su puesta en escena, su estilo narrativo, en un reflejo continuo del estado anímico (o sensorial, en el caso de Inherent vice) de su protagonista. Se diría que la película en lugar de contarnos la historia de Doc nos pone en los ojos de Doc (o de Barry), podréis pensar. Pero tampoco es solo eso: nos sumerge en el cerebro estimulado de ambos, bien por amor, bien por las drogas. La película muta al cien por cien en los estímulos cerebrales que reciben: millones por minuto en el caso de Barry; uno por hora, generalmente, en el caso de Doc.


Una dirección desconocida

De este modo, finalmente emparento Inherent vice más con Punch-drunk love que con Pozos de ambición o The master, si bien, como decía antes, es cierto que Anderson ha ido 'limpiando' su manera de rodar: atrás quedaron los alardes técnicos de Boogie nights o Magnolia, de los cuales todavía alguna que otra cosa quedaba en Punch-drunk love.

Sí hay  en Puro vicio, desde luego, mucha de esa sobriedad orgullosa de Pozos de ambición (que luego depura de forma casi higiénica en The master), sobre todo en el interés de su director por sostener muchísimas secuencias solamente sobre los rostros de sus intérpretes, en tomas a menudo larguísimas y en las que apenas sí juega con sutiles movimientos de acercamiento, como mucho.

Como narrador, P.T. Anderson sigue una evolución hasta ahora detectable, analizable, pero cuya dirección y final aún no vislumbramos. Quizá ni siquiera lo haga él y, de hecho, así sería mucho más interesante. En Puro vicio a menudo uno tiene la sensación de que está simplemente probándose, dando pasos antes incluso de comprobar si sigue habiendo suelo bajo los pies.

Y para el cine es impagable que un talento de la naturaleza de Paul Thomas Anderson conserve ese interés y ese grado de curiosidad.

PTA




Google+

comments powered by Disqus


Tags: Paul Thomas Anderson, Punch-drunk love, Puro vicio, Inherent vice



Últimos artículos
Desarrollado por Dinamo Webs
Creative Commons
Publicado bajo licencia
de Creative Commons