Crítica de la película Casino Royale por Romulo

007.6


4/5
19/03/2006

Crítica de Casino Royale
por Romulo



Carátula de la película
Pierce Brosnan dejó ya de ser el quinto Bond, y la taquilla 007 quedaba libre, vacante. Muchos nombres han sonado antes de la definitiva y más que conocida decisión final. Muchos actores no demasiado conocidos (los que más cerca han estado del papel, curiosamente) y mucho rumor de relumbrón (Clive Owen, Jude Law y tantos otros) que, efectivamente, nunca fueron más que eso: rumores.

Como siempre cuando una saga conoce un cambio, uno se plantea, ante los nuevos condimentos que se van conociendo, si servirán para cocinar algo más sabroso o si, simplemente, la cosa irá a peor. Pero tal y como pintan las cosas en la saga Bond, creo que las opciones son dos. La primera, que todo siga igual de mal; la segunda, la que desde luego nos gustaría, que se recupere algo del viejo sabor del personaje. Y sólo este camino llevarí­a a la mejora.

Y, quizás sea porque quiero ser optimista y porque me dejo llevar por mi profundo deseo de recuperar ese viejo estilo (pero manteniendo las posibilidades técnicas del cine de acción actual), o sea por lo que sea, veo opciones e incluso una especie de querencia por esa segunda idea, en algunas de las elecciones.

Para empezar recuperamos un viejo proyecto y uno de los originales textos de Ian Fleming (ya rodado en su momento aunque completamente en coña, un cachondeo incontrolado e incontrolable, una broma de dimensiones enfermas). Dice Tarantino que la idea de adaptar "en serio" el libro de Fleming fue suya y que luego ni le preguntaron si le apetecí­a participar en el proyecto. A saberse qué hay de cierto en las palabras del verborreico director de Kill Bill. Quién sabe. Quizás estarí­amos hablando ahora de Uma Thurman como chica Bond.

Dejando la imaginación aparcada y siguiendo con las pistas: Bond vuelve a conducir su Aston Martin. Muy bien. Me diréis que es un pijada de detalle pero a mi me sirve para montarme mi personal paja esperanzada de regreso-a-los-orígenes. Además, Vesper Lynd (rol para el que acertadamente, creo, cuentan con Eva Green), según apuntan los profesionales del rumor, conducirá lo que tiene que conducir: ¡Un Panda! ¡Bravo!

Y dejo para el final uno de los aspectos que más controversia han levantado: la elección de Daniel Craig para dar sexta vida al agente 007. Los fans del personaje (algunos, no todos, claro; aunque la verdad es que muchos) han puesto el grito en el cielo: Que si es el más feo de todos, que si no tiene nada de galán, que si es rubio, que si patatín, que si patatán, la tarara sí­, la tarara no, la tarara madre que la bailo yo.

Y sí­. Seguramente no es el más guapo de los Bond habidos y por haber en gran pantalla. Aunque David Niven tampoco era un Adonis, precisamente. Pero seamos serios, aquel era un Bond un tanto... descafeinado. Demasiado agitado. Y a Bond le gusta mezclado, pero no agitado. Así­ que sí­. Que el chico no es George Clooney. Pero tiene esos ojos que le permitieron, en Camino a la perdición, hacer del hijo de los ojos más famosos de Hollywood: Paul Newman. Y sus fans se aferran a eso... y a su aspecto más macho, más viril, menos elegante y de postí­n (como ha sido el último Bond, Brosnan). Y es que para gustos los colores. Y para culos, los bañadores.

Si tengo que opinar yo, creo que algo sí que me gusta. Desde luego habrá que esperar a ver el resultado final. Pero, de momento, me gusta. Porque esa fuerza bruta y esa falta de sutileza estaban en el Bond de Sean Connery. No se andaba con segundas. Ni con ellos, ni con ellas. Y esa misma fuerza bruta también puede vestir esmoquin, que nadie lo dude. De nuevo tengo la sensación de que esta elección, la de Daniel Craig, sigue el mismo camino de recuperar el aroma del Bond original. Del Bond del Aston Martin. Del Bond que fuma. Del Bond que primero liga y luego salva el mundo. Del Bond de réplica tan directa como ingeniosa, siempre ajena a posibles consecuencias.

Luego la estrenarán y me llevaré el chasco. No creáis, que ya lo sé, perfectamente. Pero dejadme que, mientras, me monte mi pelí­cula.




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