Crítica de la película Aguas tranquilas por Iñaki Ortiz

Coger nuestra ola


4/5
13/04/2015

Crítica de Aguas tranquilas
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Para qué nacemos y morimos? Ese es el nivel de las preguntas que sobrevuelan Aguas tranquilas, e incluso, a veces terminan en boca de los personajes. Un alcance de lo más ambicioso. Quizá un científico podría responderte que somos vehículos de genes. Pero Naomi Kawase no tiene un interés científico, es más, a veces peca al dejarse llevar por la charlatanería -aquí ya nos cuela a una chamana. Sin embargo, como ocurre muchas veces, desde la poesía -porque eso es lo que es esta película- se termina llegando a conclusiones muy parecidas a las de la ciencia. Kawase habla de las olas que vienen de mar adentro, que tienen un largo recorrido para cuando un surfero se monta en ellas. El sexo y la vida enmarcados en el gran plan de la naturaleza. No parece una afirmación tan lejana a la de que somos vehículos de nuestros genes; y sin embargo, un enfoque muy distinto, desde la metáfora, casi mística. Sobre todo, desde el lirismo visual.

A Kawase le encanta que el viento agite los juncos. El viento sopla en todo momento, construyendo una base sonora que pasa de ser relajante a violenta, según corresponda con las emociones de los personajes. Como ocurría en Fuerza Mayor, aquí los elementos de la naturaleza representan emociones. Principalmente el mar, que puede devolver recuerdos no deseados, que puede ser violento o idílico. El simbolismo que se le suele atribuir al mar -o al agua en general- en los sueños, es el de la representación de las emociones humanas, que puede tomar muchas formas, dependiendo de su estado. Cuando los personajes están desesperados y gritan; el mar también lo hace, con unos planos que captan las crestas rompientes de las olas en planos con teleobjetivos que tiemblan oportunamente para crear una sensación de rotundidad, de estremecimiento. Cuando el mar está en calma, las aguas son puras, virginales, limpias, claras. Los jóvenes protagonistas bucean casi como si no necesitasen respirar, unidos con la naturaleza en una comunión mística, que puede sugerir el líquido amniótico, o en general, el inicio de la vida. El inicio de una vida, y de la vida en su totalidad.

Aguas tranquilas

La película comienza con un cadáver, pero no para formar una intriga criminal, ni mucho menos. No es más que un símbolo de los miedos y la confusión que atenazan al chaval protagonista. La visión negativa que tiene sobre su madre y su consiguiente rechazo al sexo. El sexo, la muerte, el miedo, el mar. Todo queda planteado en esa introducción. No es necesario entender con exactitud todo desde un punto de vista racional, la película se siente de una manera precisa, asociando conceptos ancestrales, instintivos. La evolución del protagonista pasa por muchas cuestiones psicológicas pero termina reduciéndose, metafóricamente, a sumergirse en el mar. Kawase no busca encontrar las respuestas fuera, sino revelar aquellas que son ya ciertas para nuestra condición animal, las que nuestro cuerpo entiende mejor que nuestra mente. En ese sentido, el sentimiento más fuerte es el de poner como contrapunto el sexo a la muerte, que es en definitiva, otra manera de reafirmar el sentido de la vida como una prolongación de la especie. Comparte así, aunque desde un enfoque muy lejano, el gran tema de It Follows, una de las mejores películas de terror recientes. No podemos huir de la muerte, y solo sentimos el sexo como una manera de escapar. La cuestión principal de la película gira en torno a perder el miedo a los instintos, y a ceder a los impulsos de la naturaleza, sobre otras convenciones sociales. Como ya ocurría en Genpin, la directora busca la verdad en lo natural y se distancia de la construcción humana. Una obsesión muy japonesa, en una sociedad que es al mismo tiempo tan sofisticada y tan tradicional.

Más allá de lo centrada que está Kawase siempre en las tradiciones japonesas (aquí tenemos canciones tradicionales, ritos y demás), diría que su cine tiene más relación con el sureste asiático que con el cine de su país. Ese estilo casi documental para rodar el día a día (las escenas en la clase parecen improvisadas con personas reales, tanto por las interpretaciones como por la aparente ausencia de planificación). No es tan distinta su forma de rodar esta ficción que la manera en la que rueda el documental Genpin. El gusto por la intensidad del fondo de sonido natural, de ruido armonioso. Las escenas en bici o en moto. Encaja perfectamente con el cine de Apichatpong Weerasethakul (Tailandia) o con el de Brillante Mendoza (Filipinas), por ejemplo. Además, ese Japón rural, sureño, tiene más puntos en común con el paisaje de aquellos. Incluso las escenas rodadas en Tokio tiene un punto de calidez, de noche de verano, y no se deja avasallar por la gran urbe tecnológica, si no que se recrea más en los tatuajes, como seres vivos en la piel, a modo de simbología del elemento animal en el ser humano.

Aguas tranquilas

Los dos jóvenes actores están realmente bien y son gran parte del éxito de la película. En la primera escena romántica, no solo hay un gran trabajo de dirección para conseguir que sea sugerente; también hay una química especial entre ellos, un mimo y una paciencia que hacen saltar chispas ante una simple cercanía. Por otra parte, en los momentos oscuros están también muy a la altura, a pesar de su juventud.

Una buena película sobre nuestro lugar en la eternidad. Cine que no responde las grandes preguntas, pero sí nos sitúa dentro de una mayor perspectiva. Igual que el final de Gattaca, cuando aseguran que viajar a las estrellas no es sino volver al lugar del que provenimos.



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Aguas tranquilas en festivales: Festival de Cannes 2014 , Festival de San Sebastián 2014




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