Crítica de la película La Cueva por Iñaki Ortiz

El corazón de las tinieblas


4/5
14/07/2014

Crítica de La Cueva
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Nada mejor para un día soleado de verano que entrar en una oscura sala de cine y pasarlo mal durante algo menos de hora y media. Y es que La cueva es una película angustiante y obviamente claustrofóbica. No solo en lo físico, también consigue un desgaste psicológico desesperante.

La espeleología es muy agradecida con el terror. Las condiciones físicas son perfectas: una cueva es un lugar oscuro, desconocido, potencialmente peligroso y laberíntico. Pero además tiene un componente subconsciente relacionado con el tabú, aquello que está escondido en lo más recóndito de nuestra mente, en la oscuridad. Algo que no queremos mostrar. El acertado guión de Javier Gullón (que también ha escrito una inteligente adaptación de El hombre duplicado en Enemy) y el propio director, Alfredo Montero; saca partido a estas dos caras de la cueva: el problema real y el componente puramente psicológico.

El reto físico es asfixiante, con la chica débil jadeando en todo momento, haciendo hincapié constantemente en el calor y en la falta de oxígeno. Con una salida desconocida, perdidos en un laberinto, sin los más básicos recursos de supervivencia (agua, comida, luz, aire fresco). Una impotencia absoluta, sin la más mínima concesión a la iniciativa de los personajes, que se debaten entre esperar un rescate que, dadas las circunstancias, resulta imposible; y buscar una salida que parece que solo la incierta fortuna puede ofrecerles. El referente más conocido del terror reciente es The Descent. La propuesta de La cueva es mucho más sencilla (sin elementos sobrenaturales) pero mucho más radical en cuanto al espacio. Todas las galerías son muy estrechas, y la sensación claustrofóbica está muy conseguida, pasando en ocasiones por lugares donde apenas cabe el cuerpo. En un escenario tan inhóspito como ese, hasta la aparición de una rata resulta escalofriante.

Eva garcía Vacas en La Cueva

La elección del found footage para contar esta historia es, en ese sentido, todo un acierto. Si con The Sacrament lamenté que este estilo quedaba casi neutro en espacios abiertos, aquí, entre estrechas galerías y en la oscuridad, funciona perfectamente. La vista subjetiva en un lugar como ese aporta una vulnerabilidad extra. Por otra parte, el poder rodar sin todo el aparato que requiere un formato tradicional, permite acceder a los lugares más estrechos e inaccesibles. Recordemos las dificultades con las que se enfrentaba el atrevido Werner Herzog para rodar (para colmo en 3D) su documental sobre las pinturas rupestres de Chavet en La cueva de los sueños olvidados. La utilidad de la visión nocturna en la trama, además, justifica hasta el final su uso. También es útil a la hora de aplicar las elipsis necesarias para que pase el tiempo dentro de la cueva.

Como decía, la película no se apoya solo en la cuestión puramente física, sino que recurre al elemento subconsciente más habitualmente relacionado con la cueva. Los personajes se internan en la oscuridad hasta sus pensamientos y emociones más aterradores, aquello que nadie querría mostrar. Lo que ya venía canalizándose en un despecho violento, deriva en uno de los mayores tabúes del ser humano -que no desvelaré aquí. No le tiembla el pulso a los guionistas a la hora de avanzar por el camino de la crueldad y el horror. La respuesta visual, muy centrada en la sangre, convierte este lugar perdido en las entrañas de la tierra en el mismo infierno (el infierno son los otros) de instintos desatados, alejándolos de la sociedad, ya no por muros de piedra, sino por actos horribles. Como el coronel Kurtz en el corazón del jungla, o la tripulación del Event Horizont en los límites del universo, la lejanía de la sociedad no es solo física sino también moral. El horror, el infierno.

Marcos Ortiz en La Cueva

El desarrollo inicial es el ya conocido en este tipo de propuestas, con unos veinte minutos iniciales dedicados a la presentación de personajes con situaciones más o menos triviales. En ese sentido peca un poco de no evolucionar demasiado en el formato, con respecto a lo que ya hemos visto. Sí es cierto que se incluye ya el elemento del despecho y también se señala al personaje débil, con lo que esta primera parte, además de ser llevadera, aporta, presentando a los personajes. Su desarrollo, en el interior, y su transformación, me recuerda a Cube, otra película laberíntica y claustrofóbica. Como en aquella, hay una reflexión acerca de la autoridad del líder y el peligro de su abuso de poder.

En la difícil tarea de la naturalidad de las grabaciones, no siempre salen victoriosos todos los intérpretes de la película, aunque tienen momentos muy buenos. Lo que sí que hay que reconocerles un trabajo físico admirable. En ocasiones, en escenas de riesgo aparente -quizá mérito del director- como cuando uno de los personajes se lanza al agua con un oleaje considerable entre las rocas. Un rodaje claramente duro, física y psicológicamente -como lo es para los personajes. Consiguen que su trabajo funcione.

Tradicionalmente, los directores que se estrenan con un trabajo de found footage no suelen salir adelante, pero me gustaría ver la próxima obra de Alfredo Montero, porque creo que aquí hay valores más allá del simple ejercicio de estilo y los sustos en la oscuridad.



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