Crítica de la película Dejame entrar por Keichi

El frío en el corazón


5/5
17/11/2008

Crítica de Dejame entrar
por Keichi



Carátula de la película El vampiro es un ser icónico por naturaleza. El cine nos ha mostrado en innumerables ocasiones sus múltiples facetas metafóricas, aunque pocas veces con el acierto con el que lo hace esta película. Tomas Alfredson puede enorgullecerse de haber sacado algo sumamente original de un género muy trillado. Mucho de este éxito se lo debe al escritor John Ajvide Lindqvist, que no solo es el autor de la novela en que se basa su película sino que también se ha encargado del guión que la adapta. Es fácil atar cabos, porque se nota en todo momento un mimo exquisito en el tratamiento de la historia. Lo que en un principio puede parecer una película de terror al uso deriva pronto en un profundo mosaico dramático que excede de cualquier definición estanca.

En efecto, Déjame entrar es mucho más que la enésima aproximación a la figura del vampiro. No hace falta ser un genio para darse cuenta de las segundas -y terceras- lecturas del film. Detrás de su sangre y sus colmillos se esconde un retrato particularmente desolador de la infancia en el que cristalizan algunos de los traumas del niño actual cómo la familia desestructurada, la soledad o el bullyng. Lo cierto es que aunque la película está ambientada en la década de los ochenta, la acción puede trasladarse perfectamente veinticinco años adelante en el tiempo. El clima del norte de Europa es -además de una de sus causas- un símil más del estilo de vida sueco, una rutina de habitaciones cerradas y diálogos escasos.

La película de Alfredson es un maravilloso exponente de cine nórdico, más acostumbrado a temáticas tranquilas que al género. Al igual que la coreana, la cinematografía nórdica posee en la fotografía una de sus señas de identidad. Esa luminosidad fría, realista y casi molesta también está presente en esta película, aunque se alterna por momentos con copos de nieve recortados sobre un cielo negro y sin estrellas. El trabajo de Hoyte Van Hoytema en este apartado es fantástico. Lo mismo puede decirse de la música, una banda sonora de Johan Söderqvist tan inspirada como memorable. Ambos elementos aúnan esfuerzos para ofrecer al espectador imágenes de una gran belleza poética, a pesar de la crudeza de las mismas. Una segunda consecuencia es que, en medio de este estilo sobrio, los excesos impactan al espectador sobremanera.

Uno debe deshacerse en elogios ante las interpretaciones de Kåre Hedebrant y Lina Leandersson como los jóvenes Oskar y Eli. A pesar de su corta edad demuestran ser capaces de sostener toda la película con sus solas miradas. El primero combina de manera increíble la ingenuidad del niño con el peligro de un animal herido. ¡Cuanta rabia y dolor hay en esos ojos que simulan contemplar el cuerpo acuchillado de los abusones dónde solo hay un árbol! Su compañera de reparto no se queda corta y nos deleita con unas miradas viejas como el tiempo, de esas que parecen comprenderlo todo sin decir nada. El resto de actores adultos se empequeñecen ante la maestría de quienes siguen sus pasos.

Resulta curioso ver cómo los tópicos del vampiro están reconstruidos a la medida del film. Los de esta película no temen a las cruces ni se vuelven invisibles frente al espejo, pero si que se ven afectados por la luz solar y son incapaces de entrar en una casa sin invitación previa. Mucho se podría decir aquí sobre el amor atemporal que une a los protagonistas, su indiscutible proyección sobre un despertar sexual anunciado o las terceras relaciones entre los personajes secundarios, pero es mejor que cada cual saque sus propias conclusiones. No en vano la película deja mucho a la imaginación del espectador y a la vez da a entender muchas otras cosas a través de mensajes sutiles pero evidentes.

Estas son las claves de una obra maestra del fantástico, una película que generará un encendido debate por sus connotaciones ocultas. Déjame entrar nos habla en definitiva de la incomunicación, dándonos a entender que la distancia que separa a esa niña que mata por necesidad de ese otro que promete hacerlo por venganza tampoco es tan grande. En consecuencia, el final de la película es engañoso. Más de uno puede pensar que queda un hueco para la esperanza en esa ultima escena en el vagón del tren iluminado por el sol. Nada más lejos de la realidad, los espectadores sospechamos que las nubes pronto volverán a cubrir el cielo, aunque las barreras se difuminen a través de ese código morse que son los latidos. Todo se reduce a una tristeza recíproca: la sangre en la nieve y el frío en el corazón.




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