Crítica de la película Cuentos de Terramar (Gedo senki) por Keichi

Miyazaki solo hay uno


2/5
30/10/2007

Crítica de Cuentos de Terramar (Gedo senki)
por Keichi



Carátula de la película Cuando uno se enfrenta a la opera prima del hijo del más insigne animador de las ultimas décadas, resulta inevitable recurrir a la comparativa. Por eso mismo, advertía en mi precrítica que Cuentos de Terramar tenía que ser entendida como una película más del Estudio Ghibli, que como tal, también ha facturado films mediocres. Los propios problemas familiares a los que tuvo que enfrentarse Goro Miyazaki, así como la mala recepción por parte de los fanáticos de la serie de Terramar, de Ursula K Leguin, tampoco eran buenos precedentes. Pero, a pesar de todo, uno confiaba en que observado a través de unos ojos imparciales, el film atesorara algunas virtudes. Lo cierto es que la decepción no podía ser más grande, debido sobre todo a que el desarrollo de la historia va de más a menos, en una autentica caída en picado carente de toda lógica. Es, lo que se dice, ponerle a uno la miel en los labios.

En efecto, el inicio del film resulta brillante, con esa cita a la novela y la batalla de los dragones sobre el mar. Toda la huida del príncipe Arren de su país y su relación con el mago Gavilán está llevada a la perfección, alternada con esos sueños mágicos. La ingeniería de Ghibli no falla y el mundo de Terramar aparece extraordinariamente vivo, aunque le falta la fuerte personalidad de otros que el estudio ha recreado. Eso no quita para que algunos planos espectaculares -como el del desierto o la llegada a la ciudad- cedan ante otros más intimistas, de que esos que Miyazaki padre domina a la perfección. Pocas cosas se le puede reprochar al film desde un punto de vista artístico. Ayuda a ello la preciosa partitura de Tamiya Terashima, que por momentos evoca al maestro Joe Hisaishi. En efecto, a pesar de su excesiva recreación lírica, la película avanza a buen ritmo hasta la llegada de los protagonistas a la graja de Tenar. Es ahí donde se produce el gran cataclismo que destroza por completo la historia. Es como si un nuevo director hubiera relevado al responsable para dar al traste con todo lo logrado.

Bien es cierto que la película se toma su tiempo a la hora de presentar a sus héroes, pero muchas de las relaciones que les unen se tocan solo de pasada, como esa mención a las tumbas de Atuan donde se conocieron Gavilán y Tenar. El mundo de Terramar le queda demasiado grande a Goro Miyazaki, esbozando una serie de interesantísimas premisas que más tarde no quedan resueltas. No se aclara el porqué de la agonía de la magia ni quién está detrás de ese mal que acecha en las sombras, aunque si que se menciona. Lo mismo ocurre con la naturaleza de Therru o las motivaciones de Arren o con el mencionado pasado de Gavilán. Es un suma y sigue. En vez de acercarse a todos esos aspectos que tanto juego daban, el guión opta por ralentizar la historia hasta extremos insoportables. Toda la escena del castillo carece completamente de interés, así como el mensaje sobre la vida y la muerte que nos intentan trasmitir una y otra vez, al que calificaremos amablemente de simplista. En definitiva, se trata de un problema de guión. Donde debiera haber historia, solo hay un inmenso vacío sin fondo.

Definitivamente, hay mucho de Miyazaki padre en el film de su hijo. Lo encontramos, por ejemplo, en esa materia enlodada en la que se trasforma el malvado mago Cob, probablemente la misma que componía la esencia del espíritu del bosque en La princesa Mononoke o la oscuridad del Sin Cara en El viaje de Chihiro. Volvemos a encontrar referencias a la obra de Hayao en la recreación paisajística, los planos a pie de colina y la propia montura del joven protagonista, una especie de Yakul de Terramar. También en esos saltos junto al abismo que casi terminan en tragedia como en Laputa, la parada en la granja derruida que evoca el inicio de Nausicaa del valle del Viento o el ataque a la fortaleza por parte de Gavilán, calcado al salto de la montura de Ashitaka enfrentado a los samuráis de Lord Asano. Son tantas y tantas las referencias que se podrían verter ríos de tinta al respecto, pero lejos de sentar bien al conjunto de la película, solo sirven para que nos fijemos en lo que no está tan logrado. La tradicional profusión de personajes, complejos y ambiguos en el caso de los malvados, ha desaparecido. Las motivaciones del malo de turno son de lo más maniqueas y tampoco los toques de humor funcionan como lo hacen en la obra del maestro Miyazaki. Su sombra ha resultado, en efecto, demasiada alargada.

Uno no acaba de entender como un proyecto tan interesante y con un arranque tan bueno como Cuentos de Terramar acaba hundido en el más completo fracaso. Resulta inconcebible que sus responsables no hayan sabido no solo medir el ritmo de la película, lento hasta la extenuación, sino también desarrollar el guión de manera adecuada. Abrir cincuenta puntos de referencia para luego olvidarlos y centrarse en otra historia cuyo interés es nulo parece algo propio de principiantes. Así es como debemos considerar a Goro Miyazaki, desgraciadamente un autor fallido. ¿Quedan motivos para la esperanza? Sin duda. Esos primeros minutos así lo atestiguan. Quizás con el tiempo nos hallemos ante un autor con personalidad propia, o al menos heredero del talento de su padre. De momento, Miyazaki solo hay uno.




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