Crítica de la película The Tribe por Iñaki Ortiz

Sin palabras


4/5
22/09/2014

Crítica de The Tribe
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Si uno dice que ha visto una película ucraniana en la que todos los personajes son sordomudos y hablan por signos sin ningún tipo de traducción para el espectador, parece una broma, una parodia de cine de festival. Pero The Tribe es exactamente eso. Una propuesta estrambótica que, lejos de caer en el disparate, se presenta como un drama crudo, sin concesiones, y con muchas secuencias difíciles de tragar. Una de las perlas más interesantes del Festival de San Sebastián, después de ganar en la semana de la crítica en Cannes.

Las personas con problemas de audición se pierden, lógicamente, parte importante de una película que no esté adaptada debidamente -incluso aunque lo esté. Esta parece ser una venganza hacia el resto de los espectadores, pues somos nosotros los que aquí, sin conocer el lenguaje de signos, nos entendemos los diálogos y tenemos que suponer la parte que nos falta. Sin duda, una manera de acercarnos a una limitación a la que muchas veces no damos demasiada importancia. Las políticas de accesibilidad no siempre se respetan. Por un lado, la película te lleva a su mundo mostrándote el día a día, por otro lado, te obliga a esforzarte en tu nuevo impedimento como espectador.

Pero más allá del llamativo aspecto de los sordomudos, la obra es mucho más. Una historia crudísima, desesperanzada, fría y seca. Largos planos secuencia que además de ser virtuosos, te mantienen atados a su realidad. Una escena de sexo en el lugar más desagradable, que pasa de ser una transacción a dejar asomar el deseo repentino, aparecido como una flor entre las piedras. Otra secuencia, digamos que médica, es devastadora. De lo más duro que se ha visto en cine en mucho tiempo. A las escenas de ultraviolencia se les suma una ejecución técnica impecable, absolutamente realista, lo que le da un extra de fiereza. Recuerda a Irreversible en cuanto a que hay dos secuencias especialmente fuertes y con cierto parecido.

La decisión de eliminar los diálogos la convierte en una obra más pura, acercándola en el mejor sentido al cine mudo. Y digo "en el mejor sentido" porque el parecido está en la ausencia de diálogos y la búsqueda de un lenguaje visual natural que lo supla. Estamos demasiado acostumbrados a que nos cuenten la película a través de verbalizaciones y no viene mal una opción radical como esta. Y es solo en ese sentido en el que se acerca al cine mudo, porque el sonido sí está trabajado.

Una obra atrevida, muy potente, dura, excelentemente rodada y ambiciosa en muchos sentidos. Todo un descubrimiento que va mucho más allá de la excentricidad de su premisa y un nombre a seguir, el de su director, Miroslav Slaboshpitsky.



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