Crítica de la película Un toque de violencia por Iñaki Ortiz

Violencia social


3/5
04/08/2014

Crítica de Un toque de violencia
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película En Cannes, la última película del reputado director chino Jia Zhangke ganó el premio de mejor guión. Curiosamente, ahí encuentro el mayor punto débil de esta obra con bastantes virtudes. Una división en cuatro episodios, prácticamente disjuntos, en la que, como suele suceder, hay algunos mejores y otros peores.

La tradición no falla: el segundo suele ser el menos interesante. Tenemos una historia -la del asesino profesional- bastante plana sin apenas desarrollo argumental reseñable. Una apuesta más bien contemplativa, de contexto, que quizá sea la más característica del autor. Toda la película está plagada de elementos de crítica social contextuales, que aparecen colateralmente, ajenos a la trama y que en el fondo, son los que verdaderamente le importan a Zhangke -e incomodan al régimen. Pero es en esta segunda historia donde prácticamente se reduce todo a este segundo plano, y también a simbología demasiado forzada, como el disparo en los fuegos artificiales. No ocurre así en la primera, más potente, que casi peca de lo contrario, de una trama demasiado obvia. Con todo, probablemente, el primero es el mejor episodio. También resulta interesante el tercero, el de la amante y la sauna nocturna, con una carga simbólica y una evolución del personaje más sutil y a la vez, más complejo. El último episodio, el de la discoteca, empieza con fuerza pero termina por diluirse transitando por emociones demasiago guiadas, algo artificiales.

Y hasta aquí lo malo.

Vale la pena tolerar las irregularidades del guión solo para llegar a una serie de planazos que el director nos regala con una inteligente composición. Su despliegue de violencia cruda no le tiene nada que envidiar a los maestros de la violencia americana. De hecho, sus personajes de apariencia icónica y sus historias fragmentadas le acercan a Tarantino -así como su forma de empapar en sangre la tapicería.

Ayuda una dirección de fotografía muy poderosa, que ayuda a convertir algunos encuadres en imágenes para la historia. Rueda la acción magistralmente, con decisión y un ritmo que contrasta con el resto de su estilo. El continuo deambular de la cámara, de manera fluida, captando los detalles secundarios. Pero quizá, el aspecto formal que más me interesa es la manera en que capta con una precisión de cirujano los ambientes. La vulgaridad lujosa de la discoteca; la decadencia húmeda de la sauna nocturna; los parajes perdidos, entre acantilados y zonas casi desérticas; las obras a medio construir de una China que se debate entre la pobreza y ser primera potencia mundial. Y en tono más fantástico, la evocadora escena de la camioneta con serpientes.

Unos intérpretes a la altura, para esta irregular obra, a medio camino entre el cine de siempre de Zhangke, con su retrato social contemplativo; una historia violenta de contundente belleza; y una extraña poesía urbana cargada de simbología, con toques místicos que puede estar cerca de Apichatpong Weerasethakul y otros cineastas del sudeste asiático. Una fragmentación de episodios mal engarzada y los puntos débiles de su guión lastran lo que podría ser una de las películas más interesantes del año.



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