Crítica de la película En la casa por Hypnos

À suivre


5/5
09/12/2012

Crítica de En la casa
por Hypnos



Carátula de la película Tal y como ya tuve ocasión de comentar en mi precrítica, es imposible, conforme se va desgranando la trama principal, no acordarse de las referencias directas que esta película tiene con otra del propio director, Ozon, como es Swimming Pool. Uno indaga en la Red y descubre que el propio director francés niega que estuviese pensando en aquella película mientras dirigía ésta, si bien reconoce que los puntos de partida son los mismos, razona que mientras en Swimming Pool intentaba hablar sobre el deseo de la sexualidad, en esta película quiere hablar sobre cómo se cuenta una historia.

No obstante lo anterior, en esta película asistimos a un patrón similar, a la manera en que aquél que narra, cuando toma su fuente de inspiración de la realidad, sufre una suerte de proceso de vampirización sobre aquello que está observando. En Swimming Pool le sucedía a Sara Morton con la enigmática presencia del personaje de Ludivine Sagnier. En En la casa le sucede al personaje de Claude con la familia de Rapha, lo que empieza por ser una mera observación, cuando en verano observaba la casa desde el parque, pasa convirtiéndose en algo más, en la necesidad de adentrarse, de empaparse de esa realidad fétida que hay que transformar en ficción pero de la que ésta mantiene un cordon umbilical con aquélla. Claude siente la necesidad de más y más hasta acabar necesitando ya la sangre y, en última instancia, el proceso de transformarse en parte de la historia, de confundirse con lo que está contando hasta tal punto que suplanta la realidad que traslada en fantasía.

La inteligencia del guión de Ozon se expresa en la manera en que nos traslada a un relato caleidoscópico. Lo que empieza siendo la manera en que quien describe algo que le atrae o repele lo convierte en ficción, pasa a convertirse en un diálogo imaginario con el público, con la manera en que la literatura es un ejercicio en primera persona del singular con transcedencia más allá del individuo. El escritor que tiene la necesidad de escribir escribe para sanar algo dentro de sí que se transforma cuando sabe que alguien lo lee. Pero el guión es tan rico en matices y capas que no se detiene en estos dos planos que interactúan constantemente sino que hacia el final la película parece que se sumerge en la fábula, ese elemento que está continuamente presente en todo el film, al que hace alusión el propio Germain, para llegar a un final en el que se puede entender que Claude no existe más allá que en el mundo del deseo de todos los personajes. En la interacción de los personajes con Claude, todos ellos dan rienda suelta a sus verdaderos deseos.

Le sucede a Germain, que ve la manera de su redención como escritor fracasado, enganchado por el relato de Claude y que engancha a su vez a su mujer; le sucede al personaje de Emanuelle Seigner; le sucede a Rapha padre en la escena del partido de baloncesto; le sucede a Rapha con el beso furtivo; le sucede a la mujer de Germaine. Todos se muestran tal y como desean ser en presencia de Claude, una presencia etérea, fantástica elección de casting.

Finalmente, Claude decide quedarse al lado de Germain, el que más lo necesita, su deseo, su inspiración, abriéndole el mundo a la indagación de la realidad por el camino de alejarse de la misma. La ficción como contraposición a la realidad. Si bien aquélla bebe de ésta, ésta termina fagocitando a aquélla. ¿Acaso discuten las dos mujeres del balcón de algo tan trivial como la venta de una casa heredada? No, la ficción pide sangre, la imaginación pide que se la historia de dos lesbianas y que haya una traición de por medio. Y aquí conecta la película con Swimming Pool porque, en esencia, hablan de lo mismo, de cómo la literatura, el relato de la ficción acaba alimentándose del proceso de vampirización y de la sangre, de los sentimientos raíz y motor, de la sangre, de la sexualidad y de todos los matices en relación con ellos.

Ozon impregna la película de multitud de referencias más o meno explícitas como la pareja Woody Allen-Diane Keaton, La ventana indiscreta y siempre, en el caso de Ozon, omnipresente el Universo Rohmer. Asombra lo bien que maneja Ozon la ligereza del tono del relato, ágil, cercano a la comedia ácida, funcionando sorprendentemente bien con los momentos de mayor intensidad dramática, que no son muchos pero sí acertados. Me gustan esos títulos de crédito con el juego de imagen y sonido al estilo Koyaanisqatsi.

Y, por supuesto, Ozon consigue un marco incomparable para poder verter reflexiones mil sobre la sociedad, sobre el arte, sobre la situación actual, sobre la educación, sobre Francia, en definitiva.

Una obra muy redonda que invita a su visionado, invita a empaparse y mancharse de ella, a pesar de lo aparentemente aséptico de su puesta en escena. Un François Ozon en estado de gracia.




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