Crítica de la película Madre e hijo por Iñaki Ortiz

Pudimos ver esta película en la sección Perlas del Festival de San Sebastián. Venía de Berlin, de haber ganado el premio FIPRESCI y lo que es más importante, el Oso de oro. El nuevo cine rumano está en su mejor momento en cuanto a reconocimiento de la crítica.

La película parte de una premisa muy concreta: un niño mimado de la clase alta tiene un accidente de tráfico con víctima mortal y su sobreprotectora madre intenta librarle de la cárcel por todos los medios. El resultado, el proceso, no importa demasiado, se trata más bien de mostrar la podrida corrupción de la clase acomodada rumana. De como está intrincada en las instituciones, en la gente. En como las trampas legales (y hablamos de trampas graves) se convierten en una simple transacción.

El director, Calin Peter Netzer, no solo dibuja a sus personajes por sus actos detestables y por sus costumbres corruptas; lo hace además a un nivel de imagen. Con ostentosos abrigos y joyas que lejos de tener clase, apestan a dinero empapado en whisky. Ricachonas muertas por dentro. Esta imagen de lujo cutre, con señoras con collares bailando torpemente en una fiesta, es quizá el valor más potente de la película. Los personajes resultan de lo más repelentes. Una madre que remueve el mundo por salvar a su hijo sin que entre ellos se vea la más mínima muestra de cariño -especialmente de él hacia ella. Es una cuestión más de control que de amor. Una familia rota y fría, como la sociedad en la que se mueven.

Como he dicho al principio, ni el proceso ni el resultado importa demasiado, no ya al espectador, sino a su autor, y esto pasa factura. La película no avanza demasiado en su segunda mitad y el retrato social no es lo suficientemente brillante como para mantener el interés cuando ya está todo planteado. Con todo, una película con valores interesantes.