Crítica de la película A propósito de Llewyn Davis por Iñaki Ortiz

Amargura edulcorada


4/5
03/01/2014

Crítica de A propósito de Llewyn Davis
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película A propósito de Llewyn Davis es como una de las canciones folk que suenan en ella. Es bonita pero triste, es dulce y amarga, sin alardes pero no es simple, y sí, me uno al eco que repite las palabras del protagonista: no es nueva, pero nunca será vieja. No cuenta nada nuevo, ni sorprende, ni pretende hacer ninguna de estas dos cosas. Es una pieza intemporal que funciona.

A propósito de Llewyn Davis es también esa película de Disney que ve el protagonista en una marquesina, la típica historia Disney sobre un gatito desamparado -con reflejo, claro está, en el otro gato. Ese Disney de antes, que no escatimaba en penurias, un poco dickensiano, pero con la imagen tierna felina y la paleta de colores sencilla y agradable. Aquí tenemos el trabajo de fotografía de Bruno Delbonnel, uno de los profesionales más edulcorados del momento (Amelie) aunque también con un buen gusto indiscutible. Cualquier fotograma cogido al azar lo podríamos enmarcar.

A propósito de Llewyn Davis es, por otra parte, un retrato de un momento, los 60; un lugar, Greenwich Village; y un movimiento, el revival del folk en pequeños locales. Aunque, de forma general, habla de una generación. Cuando la generación beat ya ha sido absorbida por el sistema, lo vemos en ese decadente reflejo de En el camino de Kerouac, con un conductor rebelde y un viejo músico ya destrozado por las drogas - John Goodman como siempre que trabaja con los Coen, soberbio. Ahora, la nueva generación también quiere rebelarse, no simplemente existir como sus padres, pero quizá ya no de forma tan radical, sino con una intención creativa. El protagonista quiere hacer algo grande, algo verdadero. En definitiva es la historia de cualquier aspirante a artista, con más intención que oportunidad.

Los Coen consiguen contarnos todo esto, y de paso, el drama personal del personaje, a varios niveles. Selecciona buena música y eligen a Oscar Isaac que se demuestra no solo como un intérprete muy válido, sino como un buen cantante. Justin Timberlake, claro, impecablemente grimoso. Carey Mulligan, cantando otra vez (ya lo hacía en Shame) es la dulzura hecha mujer, tanto, que sus broncas resultan hasta agradables.

El punto débil de la película lo veo precisamente en su esencia, esa dulzura en su música, en la fotografía, en los personajes, en el vestuario, en la dirección artística... Esa cierta nostalgia en la ambientación, tan habitual pues en el recuerdo no sobrevive la basura. Cualquier tiempo pasado fue más limpio. La película se vuelve demasiado light. Uno recuerda otras historias de perdedores de los Coen como El gran Lebowski o Barton Fink, en las que se sentía la suciedad o el fracaso, y esta última queda, en comparación, bastante descafeinada. Claro que aquellas dos, en mi opinión, son la cumbre del talento de estos dos maestros. El cinismo y la mala leche de los hermanos está envuelta en ternura y se queda en suave ironía.

En cualquier caso, coherente con su planteamiento y muy bien ejecutada.



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A propósito de Llewyn Davis en festivales: Festival de Cannes 2013




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