Crítica de la película The Fall. El Sueño De Alexandría por Iñaki Ortiz

Artificial hasta el extremo


4/5
24/11/2008

Crítica de The Fall. El Sueño De Alexandría
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Llama la atención que dos directores como David Fincher y Spike Jonze, tan talentosos en cuanto a crear atmósferas que atrapan al público dentro de la película, hayan querido presentar la película Tarsem Singh -ahora sólo Tarsem en los créditos- cuando consigue el efecto justamente contrario: sus imágenes bellísimas y metafóricas empujan al espectador fuera de la acción en todo momento. El mayor nexo de unión entre estos tres cineastas es su procedencia común: el mundo del videoclip. En este sentido, quizá sea Tarsem el que menos se haya desprendido de sus raíces, ya no sólo del videoclip sino de la publicidad. En muchos momentos la película parece un inmenso spot de moda italiana, o, si no fuera por la ausencia de sexo, porno light de lujo.

No me gusta ser un fundamentalista de la pureza cinematográfica y su confrontación con otros medios como puede ser el videoclip o la publicidad por ejemplo. Considero un ejercicio vacío decidir si una obra es cine o deja de serlo, o si es otra cosa y se debiera catalogar como tal. Pero lo cierto es que la elección de Tarsem es tan tremendamente artificiosa que es muy difícil entrar en la película en primera persona. No tanto por la inmensa libertad formal que se permite el director sino por la ausencia de otros elementos más convencionales de ambientación y narrativa que están voluntariamente fuera de la película. Esto no quiere decir que no se pueda disfrutar de los derroches de imaginación visual. La gran tela que se tiñe de sangre o los cuernos del africano. La estética, que es tan artificiosa, es a la vez deliciosa. Los fabulosos y originales diseños de vestuario de la siempre genial Eiko Ishioka, las localizaciones idílicas para las que el equipo ha recorrido más de una veintena de países por todo el mundo, además del trabajo de postproducción sin complejos. Las bellísimas imágenes de los títulos iniciales. Todo esto es muy disfrutable, pero desde fuera de la película. Las sensaciones y los sentimientos llegan, pero siempre de una manera contemplativa.

Contrasta con toda esta libertad en sus formas, el contenido más bien convencional. La manera de trabajar esta trama de espejos queda algo anticuada y desaprovechada, aunque aporta alguna interesante reflexión. Afirma la niña con contundencia en un momento de la película "el cuento también es mío", lo cual influye directamente en el transcurso del citado cuento. Un guiño interesante al puente que se forma entre el artista y el público, y la importancia crucial de la visión y las exigencias de este último en el resultado final. En general un reflexión sobre la creación narrativa, curiosamente dentro de un formato que no cuida especialmente este aspecto. Una muestra de la transformación del universo interior del artista en una obra donde plasmar sus sentimientos, no necesariamente de forma explícita. Un elogio a la magia de las historias y de paso, una denuncia indirecta a la xenofobia.

Esta película es a todas luces similar al anterior trabajo del director, La celda. Las imágenes oníricas son muy parecidas, entre otras cosas porque comparten el trabajo de la modista japonesa. Claro que aquí, el hilo de la historia está mucho menos definido y el director se ha volcado sobre lo que verdaderamente le interesa, esa especie de videoarte onírico, dejando el resto como una simple excusa para desarrollar sus intereses. Veremos cuantas veces más puede repetir la misma idea sin cansar a su público. Y él sabe mejor que nadie, que sus cuentos también son nuestros.



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