Crítica de la película Los pasos dobles por William Munny

Pareciera como si Isaki Lacuesta llegara donde nadie quiere llegar o donde nadie puede llegar. El pasado año ya acudió al Festival de San Sebastián con La leyenda del tiempo, antes con Los condenados, es un habitual no sólo del evento, sino del cine español, pero cine difícil diría yo, con historias y documentos nada cómodos ni en intento ni en logro.

Este director atrevido y especial, inigualable por único en su tipología fílmica, que tiene en cartel aún La noche que no acaba sobre Ava Gardner, siempre destaca por el atrape general de sus películas una vez que uno cruza la barrera de acercarse a ellas. Siguiendo la estela del escritor y pintor Francois Augiéras, que trabajó en un búnker militar en el desierto africano de Mali pintándolo, sin ahondar más por no desvelar, nos vuelve a sorprender con una temática al menos que nadie espera.

El cuaderno de barro, su siguiente documental, también de índole artística sólo sabe manifestar que a este director le importa lo que le importa, narra lo que le apetece y que encima a conseguido crear interés entorno a su cine desde la no comercialidad palomitera de sus metrajes. Mali, en esta ocasión, no era un destino demasiado recomendable y seguro, pero allí entró el catalán, como buen cineasta, de los de antes, de los de cámara al hombro, de los de cine sincero.

Que nadie espere eso sí, espectáculo o rapidez, maravillas técnicas o algaradas de cámara, a contrapartida tendremos calma y ahondamiento, desarrollo interesante y un bajar profundo entrando en una trama y una explicación de la misma por sí misma. Cine propio y algo duro para el no acostumbrado, eso sí.