Crítica de la película Dai Nippon jin por Keichi

Caricatura de un antihéroe


5/5
08/11/2007

Crítica de Dai Nippon jin
por Keichi



Carátula de la película Cuando una se enfrenta a una película como Dainipponjin, sabe perfectamente que está en la cuerda floja. La cinematografía japonesa de imagen real cuenta con grandes hombres entre sus filas. A nombres tan conocidos como Takeshi Kitano, Takashi Miike o Shinya Tsukamoto hay que sumar el de otros tantos realizadores, desconocidos en nuestras tierras y en ocasiones en su propio país de origen. Si de cine surrealista se trata, nadie mejor que el país asiático para ofrecernos inenarrables producciones capaces de lo mejor y lo peor. Aquí encontramos propuestas como la genial Survive Style 5+, a cargo de Gen Sekuguchi, autentica obra maestra del género. Dainipponjin, la primera película de Hitoshi Matsumoto, se enmarca también dentro de ese cine subversivo y desconcertante tan propio del país del sol naciente y -a pesar de lo disparatado de su argumento- se une rápidamente a la lista de las mejores producciones japonesas de la última década. Tiene mérito si nos fijamos en su punto de partida.

La película -cuyo título puede traducirse acertadamente como El gran japonés- es un falso documental centrado en la figura de Daisato, un hombre de mediana edad que lleva una doble vida como superhéroe, en absoluto secreta. Encontramos el film dividido en dos tipos de escenas, fácilmente distinguibles entre sí. Aquellas en las que Daisato es entrevistado por el periodista están rodadas con la cámara del reportero y hacen gala de un humor y un cinismo extraordinarios, con un entrevistador que no duda en reírse de este dudoso salvador a la cara. La caricatura del antihéroe a la que asistimos es brutal, sin concesión alguna al espectador, y constituye además una perfecta muestra de lo que se ha venido a denominar como humor japonés. En su triste rutina, Daisato es un fracasado en todas y cada una de las facetas de su vida: Su mujer le ha abandonado por otro, no puede ver a su hija y está sometido al imperio del marketing, a los dictados de su manager y a los índices de audiencia. Solo la mención de su abuelo, ingresado en un asilo, parece levantar un poco el ánimo de este deshecho social odiado por todos, que se encierra en su ruinosa casa para no molestar. Todo es un circo en el que participan todos aquellos que rodean al personaje de Daisato.

No asistimos a la disección de un hombre con superpoderes al uso, sino más bien de un tipo normal cuyas habilidades le permiten transformarse en un ser de enormes proporciones. Cuando esto ocurre, pasamos a otro tipo de secuencias, en las que unos estupendos efectos especiales hacen que Daisato, ya convertido en Dainipponjin, se enfrente a los más variopintos monstruos en una especie de parodia del Kaiju-eiga japonés. Las mismas transformaciones, las descripciones que preceden a cada engendro y la resolución de los combates son geniales. Haga lo que haga, nadie parece estar contento. Se lleva la palma la escena del monstruo en época de apareamiento. Otras tantas situaciones, como la de la muerte del monstruo bebé y su posterior funeral, son igualmente desternillantes. Lo cierto es que estos combates son estrictamente necesarios. La lentitud del resto de la película -siempre buscada- hace que los mismos actúen como válvula de escape. Además, los interludios de las conversaciones son un autentico carrusel de hallazgos, tanto visuales como narrativos.

El film de Hitoshi Matsumoto, al que ya se empieza a señalar como el nuevo Kitano, guarda no obstante ciertas similitudes con la Zebraman de Takashi Miike. Pero lo que en la obra de Miike era puro tedio, se transforma en manos de Matsumoto en una comedia irrepetible. Como director, el japonés es un gran hallazgo y como guionista no tiene precio, pero es seguramente su faceta de actor (la que mejor conocen en su país de origen) la que más sorprenderá al espectador occidental. Encarnando a un hombre tan apagado y gris que a veces consigue evocar en nosotros cierta compasión, Matsumoto se gana al público desde su primera aparición en pantalla. Esos silencios ante la cámara, esas caras inexpresivas que esconden a un ser hastiado y desencantado, la seriedad de su rostro al asumir los absurdos ceremoniales previos a su maximización… Todo esta ensayado hasta la saciedad y sin embargo parece provenir de una cierta improvisación. Su interpretación, llena de matices, es a todas luces maravillosa.

Quizás la única pega argumental que se le puede hacer a la película, y que no le impide alcanzar la máxima puntuación, sea su desenlace. Matsumoto se ha pasado de trasgresor y decide echar por tierra lo que había conseguido a lo largo de todo el metraje: que nos creyéramos la historia. Como si de un David Lynch a la japonesa se tratara, reniega de todo lo mostrado y nos enfrenta a lo que es la realidad. En esa realidad de cartón piedra todo es tan patético y simulado como se intuye tras las cámaras, actores creyéndose superhéroes en un mundo de maquetas. Aunque la idea es francamente original, muchos nos quedamos con las ganas de proseguir en el desarrollo estacional de Daisato, de conocer más acerca del final de su abuelo, sus relaciones familiares o su éxito como estrella mediática. Lo que ocurre es que, bien pensado, todo eso es imposible. El conjunto no tiene ni pies ni cabeza como para que el director se entretenga con un desenlace al uso, sobre todo si hablamos de un documental. Se entienden perfectamente sus motivaciones, pero para los más tradicionalistas no deja de ser un recurso desaprovechado a favor de un final más abrupto y rompedor. Como siempre ocurre, habrá a quien este capitulo final le parezca perfecto.

Sin duda, la opera prima de Hitoshi Matsumoto pertenece a un género muy bien definido. Es de ese tipo de celuloide construido en base a la materia prima de la que se nutre la cinematografía nipona actual, original y desternillante si aborda la comedia, tremendamente desconcertante cuando trata de adentrarse en otros campos, siempre visceral, tan colorida e interesante como inaccesible para el gran público occidental. Solo en Japón son capaces de idear este tipo de locuras y llevarlas a buen puerto. Dainipponjin no es solo una comedia brillante, desquiciadamente divertida e imposible en sus premisas, sino también un acertado dardo políticamente incorrecto, dirigido contra la sociedad nipona pero aplicable también a la nuestra. No cabe duda de que la vida de Daisato va mucho más allá de la mera gamberrada. Es gran cine, en el más amplio sentido de la palabra.




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Dai Nippon jin en festivales: Festival de Cannes 2007 , Festival de Sitges 2007 , Festival de Toronto 2007 , Semana de terror 2007




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