Crítica de la película Hunger por Romulo

Con virtudes espectaculares


3/5
22/09/2008

Crítica de Hunger
por Romulo



Carátula de la película Es difícil enfrentarse a una película como Hunger, pero todos sabíamos a lo que íbamos. Igualmente, es difícil enfrentarse a este momento: postcriticarla. Lo es porque es innegable que Steve McQueen demuestra varias cosas: valentía, voluntad de no sentar cátedra (algo a menudo positivo) ni de lanzar mensajes con tufo a verdad absoluta, y ante todo un sorprendente e inesperado talento como creador de imágenes (el plano de detalle de la servilleta mientra caen las migas; los copos de nieve cayendo en los nudillos ensangrentados).

Pero, a su vez, Hunger arrastra varios problemas. El primero es que la película se centra casi exclusivamente en las situaciones infrahumanas de los presos del IRA en las cárceles inglesas durante el periodo histórico que se narra (no entraré en tiempos presentes, no procede) y la posterior huelga de hambre de varios de ellos, centrada en el film en una solo figura: el conocido Bobby Sands.

Digo que únicamente, y quizá exagere, pero si lo hago es realmente por muy poco: Casi no hay otra cosa más que palizas, visiones desagradables de golpes, heridas, vejaciones, humillaciones. Y desde luego desde que la huelga de hambre arranca la crudeza de las imágenes incluso va a más. Dolorosísimo, de apartar un par de veces la mirada de la pantalla.

Como ya hemos comprobado con experiencias medianamente similares (recuerdo una película diametralmente opuesta, La Pasión, pero con esa misma característica en común), el mensaje por la vía del machaque puede aplastar al espectador en la butaca, asquearle, provocarle todo tipo de dolores de cabeza, acelelarle el pulso hasta la taquicardia... pero si nos remitimos al puro mensaje, no sirve. Es inútil. Acaba por convertirse en mera imagen de lo que se muestra: barbarie.

Por eso McQueen va algo más allá, porque lo sabe y aunque realmente quiere mostrarnos esa barbarie, a modo e testigo que necesita contarnos algo, también comprende que si quiere dar a entender al menos una ligera idea de lo que plantea, necesita algo más. Lo hace con la extensísima secuencia, apenas con un corte, en la que Bobby Sands dialoga con el Padre Moran. Una escena de una intensidad interpretativa poderosísima. Una secuencia fabulosa peo quizá demasiado larga.

Esto le pasa a McQueen a menudo. El arte de la elipsis aún no ha encontrado hueco en el estilo de este joven realizador. Irá aprendiendo. Pero es que, narices, no hacía falta tragarnos íntegramente como un guardia de tres al cuarto limpia todos los meados del largo pasillo de la prisión. ¡Sutileza y economía, por favor!

Todos estos errores lacran un film que, en otros momentos, es simplemente impresionante. La estructura del arranque es audaz: Arrancamos conociendo al guardia de la prisión, su familia, su miedo a un posible atentado. Su dolor en los nudillos que nos anticipan cuál es su principal ocupación. Sus descansos bajo la nieve. Todo tan sutil y controlado que choca brutalmente con lo violento (pero necesario) de otros instantes, o lo burdo de otros (errores). De él, pasamos a un primer preso. De este, a su compañero. Y finalmente, conocemos a Bobby Sands. ¡Bravo!

Por el camino, poco a poco, la natualeza de lo que nos cuentan se erige en protagonista y McQueen se olvida de lo acertado y preciso de su cámara en los primeros minutos. Hasta que llega la larga conversación como punto de inflexión para el tramo final: la huelga de hambre, que arranca terrible, al estilo de las muchas palizas que hemos tenido ya que tragar en minutos anteriores.

Ahora son heridas, sangre, detalles dolorosos. Pero poco a poco McQueen vuelve a levantarse por encima de todo esto y va pintando con una pretendida carga poética los últimos días del reo. Desde luego habrá quien critique la benevolencia lírica del retrato. Sin duda. Ahí entramos en debates morales que, tristemente, no pueden ya avanzar sin entroncar con conflictos políticos. Pero lo innegable es que McQueen acaba por conseguir un tramo final con mucha fuerza, lírico pero nada ñoño, todo lo contrario. Mucho ayuda la dureza de las imágenes, desde luego.

Al final es una película con virtudes espectaculares y con defectos poderosos: esas palizas mientras la guardia aporrea sus cascos con las porras, sin atenernos a la probable verosimilitud, acaba por convertir una de las palizas en una especie de espectáculo dantesco definitivamente ridiculziado por el absurdo personaje del guardia novato que se esconde para llorar. Uno tan bueno e ignorante, y los otros auténticos demonios. La inclusión de ese personaje, un error de planteamiento incomprensible, deja al director en mal lugar. Pura inocencia, la suya.

Al final, una cosa está clara: El brutal talento de aquellos momentos que funcionan, y probablemente la propia temática de la cinta, hacen que sea uno de los títulos del Festival de San Sebastián que hay que ver.




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Hunger en festivales: Festival de San Sebastián 2008




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