Crítica de la película Amor por Hypnos

En plena forma


5/5
11/01/2013

Crítica de Amor
por Hypnos



Carátula de la película Michael Haneke es ahora un tótem cinematográfico, un faro y guía y un director reconocido a nivel mundial, tanto que con esta, su última película, ha conseguido una nominación a mejor film y a mejor director en los Óscars y este fin de semana abandonará momentáneamente Madrid, ciudad en la que está preparando su próximo trabajo musical, para acudir a los Globos de Oro. Tiene en su haber ya dos palmas de oro de Cannes con sus dos últimas participaciones: La cinta blanca y Amor. Pero a nadie se le tiene que escapar que Michael Haneke lleva dos décadas haciendo un cine de muchísimos quilates, siempre reconocidísimo en Cannes, y con una única concesión, como fue su hollywoodiense Funny Games.

La cinta blanca es una cinta portentosa en la que, una vez más, tira de su afilado bisturí para radiografiar, con un estilo de documental macabro, los orígenes de los males de una generación de niños que asolarán Europa en la Segunda Guerra Mundial, en los albores de la Gran Guerra. Con Caché cerraba un círculo ya abierto con El vídeo de Benny sobre la violencia y el efecto que en nuestra sociedad tiene la violencia y la fascinación por los medios audiovisuales.

La sensación que me traslada este Amor es que quizá estemos ante una película de corte más convencional en el que no nos encontraremos personajes tan extraños como el de Isabelle Huppert en La pianista, aquí la volveremos a ver, quizá demos un paseo por lo que podría considerarse una casa cualquiera que podríamos encontrar en un edificio cualquiera, ser nuestros propios vecinos.

Atisbo en Haneke una suerte de regusto a madurez en la manera en que no le preocupa que su estilo, frío, seco y directo, se pose. En La cinta blanca apostaba en los momentos más claves por lo implícito en vez de por lo explícito y puede que aquí Haneke esté mucho más interesado por describirnos, no de primeras a un bicho raro, sino cómo habita el bicho raro en el más común de los seres de nuestra sociedad o incluso en lo más hondo de nuestros sentimientos.

No se equivoque el espectador y piense que quizá, por el título, estemos ante una película francesa ideal para ir con amigas después de la merienda para dejarse impregnar por un romanticismo ensoñador. No, aquí notaremos el escalofrío que nos recorre la espalda, la presencia inquietante del ojo de Haneke que aunque mire en plano general, no mira como los demás, siempre va más allá.

El paralelismo claro y equivocado podría ser el de David Cronenberg. Haneke se relaja, en apariencia, porque ahora su cine tiene una mayor carga de profundidad y estoy deseando que me turbe y me masturbe.




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