Crítica de la película We Are Still Here por Iñaki Ortiz

Fantasmas que hacen daño


4/5
02/11/2015

Crítica de We Are Still Here
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

Tengo un problema con las películas de fantasmas: no me las creo. Y no por mi escepticismo habitual, sino porque normalmente los fantasmas se pasan la primera hora de película moviendo muebles, y para eso, me voy a ver una mudanza. Uno no sabe bien cuál es el poder y la mala leche de esos espíritus, pero normalmente se dedican a amagar, porque claro, si se acercan al inquilino y lo decapitan mientras duerme la primera noche, se acaba la fiesta. Eso suele llevar a una penosa sensación de seguridad y aburrimiento en la primera mitad. Es un contratiempo que te muevan los muebles de sitio, pero no es peligro de muerte.

Y todo este rollo os lo cuento para decir que We Are Stille Here funciona ahí donde las otras fracasan. Funciona porque va a saco desde muy pronto. Una foto cae sobre la mesa como preludio del título y a partir de ahí, no se anda con chiquitas. Sombras, ataques reales, y una trama sencilla que se desvela muy pronto. Funciona porque dura 84 minutos, completados con unos regalitos en los créditos, es decir, no hay absolutamente nada de relleno en la trama. No pretende explicar lo que ya sabemos, y evita repetir escenas cliché del género. Parece que su autor, Ted Geoghegan, es muy consciente de que esta no es la primera película de fantasmas que vemos.

Pero sería injusto simplemente quedarnos en lo que no hace mal, porque tiene suficiente personalidad propia para hablar de sus virtudes. La película está ambientada en los 70, pero más allá de las fechas, la película en sí misma se envuelve del tono del cine de terror de serie B de esa época. Eso se aprecia en el estilo directo del que hablaba, en la falta de prejuicios a la hora de rozar el absurdo, y por supuesto, en la estética, cruda, como su historia. Hasta el reparto, el punto más débil de la película, encaja dentro de lo que sería una película barata de la época.

Los sustos son directos, como todo lo demás. Cuando hay un sobresalto nunca es una falsa alarma, siempre hay algo, algo que quema, que mata, que observa sin esconderse demasiado: eres tú quien debe esconderse. Y con la muerte real, rondando constantemente y desde diferentes flancos, el miedo se materializa. Las palabras feas de los espíritus no están vacías, hablan de dolor real. Una película entregada a su eficacia, sin mayor pretensión que la de que mires hacia atrás cuando vuelvas a casa. La esencia más funcional de la serie B. Un acierto, muy consciente de sus limitaciones.



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