Crítica de la película Ploy por Keichi

Fragmentos de un sueño inconexo


3/5
04/10/2007

Crítica de Ploy
por Keichi



Carátula de la película Las habitaciones de hotel, esos espacios por lo general fríos y despersonalizados, siempre han dado mucho juego en el cine. El celuloide nos ha mostrado en incontables ocasiones los secretos que encierran esas cuatro paredes anónimas, lugares que ven pasar cada semana las vidas de innumerables personas, tan similares e impersonales como las mismas estancias que habitan temporalmente. Ploy no es una excepción, aunque lo cierto es que su director, Pen-ek Ratanaruang, decide hacerlo de un modo nada habitual, recreando un universo propio en el interior de un hotel de lujo de Phuket.

La trama de la película sirve como pretexto para que el espectador se vea inmerso en una realidad alternativa, ese espacio de vigilia asociado al sueño ligero, momentos presididos por una sensación de irrealidad en la que no llegamos a estar seguros de si dormimos o estamos despiertos. Los personajes del film se prestan a vagar por tales terrenos. El matrimonio de mediana edad compuesto por Wit y Dang, deja entrever una relación amorosa abocada al fracaso. El se muestra completamente indiferente ante su esposa. Ella, incapaz de llamar su atención, ha terminado por entregar su vida al alcohol para tratar de escapar de esa realidad que le asfixia. Cuando Dang encuentre por casualidad a la pequeña Ploy en el bar del hotel y, tras enterarse de que espera desde hace horas a su madre, la invite a subir a su habitación para que descanse un rato, se desatará una discusión entre la pareja que servirá de excusa para que los tres personajes deriven en ese limite entre lo real y lo imaginario.

De este modo, la película deja un margen importante al espectador a la hora de decidir si lo que está viendo es real o tan solo un sueño más en el que los personajes caen tras un agotador viaje de avión. Algunas de las pistas ofrecidas no dejan lugar a dudas. Tal es el caso de la visita de la supuesta amante de Wit y el asesinato de Ploy a cargo de Dang, una forma de expresar los terribles celos que siente por la chiquilla, temerosa de una infidelidad de su marido. Otros tantos acontecimientos no son tan claros. Al mostrarnos la erótica relación existente entre el barman del hotel (interpretado por el que quizás sea el único actor del film algo conocido en occidente, Ananda Everingham, gracias a su film Shutter) y una de las señoras de la limpieza, Ratanaruang no quiere especificar si estos hechos han ocurrido realmente o se trata efectivamente de un sueño erótico de Ploy. La ubicación del carrito de la limpieza a la puerta de la habitación donde tienen lugar los encuentros nos permite albergar ciertas dudas.

Pero quizás la escena que más merece la pena detenerse a analizar a este respecto es la de la aventura en la que se ve inmersa Dang, sin duda el momento en el que el sueño se convierte por segunda vez en pesadilla. Los componentes oníricos se dejan percibir en esa secuencia inverosímil en la que un admirador la atrae hasta su casa para posteriormente violarla y tratar de asesinarla. El incidente sirve de símil a su deseo de tentar a su marido, engañándole con otro hombre, pero deja patente el terrible miedo que siente al cometer ese atrevimiento. Los entornos surrealistas como el apartamento del violador, un espacio abarrotado de antigüedades, o el descampado donde Dang acaba finalmente con él, parecen confirmar esta teoría. Esa llamada al hotel en la que la recepcionista le confirma que su marido ha abandonado el edificio junto a una mujer es otra pista más. Pero por si las intenciones del director no han quedado lo bastante claras, esconde bajo unas gafas de sol la posible prueba de que el ataque es real.

De este modo transcurre casi la integridad de la película, a través de un desarrollo lento y obsesivo por el detalle, que se demora eternamente en cada acción de los protagonistas, acentuando ese estado de latencia casi larvaria. La fotografía roza la perfección, sabiendo captar en todo momento la luz mortecina de las habitaciones cerradas a plena luz del día, una especie de esencia sonámbula del desvelo. No es de extrañar que el encargado de este apartado, Chankit Chamnivikaipong, sustituya el papel del afamado Christopher Doyle en otras películas de realizador. La música de Hualampong Riddim y Koichi Shimizu, una almágana de sonidos ambientales, repetitivos y pausados, está especialmente pensada para acentuar esta sensación.

Cuando Ploy se escapa unos instantes de ese mundo de ensueño, trata de abordar las dos interrelaciones principales de la película. En estos momentos, el director no se muestra todo lo hábil que debiera. Mientras que las discusiones de la pareja están muy bien plasmadas, las conversaciones entre Wit y Ploy, de una sinceridad pasmosa para ser dos extraños, resultan demasiado forzadas y pretenciosas. Los nombres de Pornwut Sarasin, Apinya Sakuljaroensuk y Lalita Panyopas, completamente desconocidos para nosotros, esconden a una serie de actores de lo más profesionales, llenos de matices. La verdad es que en este sentido hay que alabar a los intérpretes tailandeses por embarcarse en un proyecto tan complicado.

Funciona mejor la carga sexual del film cuando el director hace intuir al espectador las cosas, antes que mostrarlas de forma explicita, aunque sea engañando al espectador, como es el caso del fantástico juego de imagen en el que el plano de los pies desnudos de la joven y el hombre en la cama se eleva hasta descubrir que, de hecho, están completamente vestidos. Las diferentes actitudes de la chica, apoyada en el borde de la ventana, recostada en un sofá, son también de lo más sugerentes. Es precisamente cuando la película quiere mostrar el plato fuerte cuando no da la talla. Las citadas escenas de sexo explicito resultan extremadamente sosas y repetitivas, sin llegar tampoco a escandalizarnos. Que en Tailandia el film pueda correr cierto riesgo de censura es comprensible, pero lo cierto es que para los estándares europeos el nivel es ciertamente descafeinado.

Haciendo balance, Ploy es un film complejo, decididamente de autor, extremadamente lento y cuya perfecta compresión requiere sin duda más de un visionado. Los juegos de luces y sombras de los que se sirve Pen-ek Ratanaruang logran construir una película con una atmósfera densa, de extraña calma, un autentico microcosmos de lo más particular. A imagen de lo que ha hiciera David Lynch en Mulholland Drive, las dudas entre lo que es real y lo que no lo es, dan pie a numerosas interpretaciones, recompensando al espectador que esté atento a los numerosos detalles de la obra. Ahora bien, si lo que se intenta es dialogar sobre la naturaleza de la pareja, la película no acierta en sus pretensiones, errando por terrenos nada fáciles de abordar. Lo cierto es esta reversión tailandesa de los conceptos de drama psicológico y erotismo resulta cuanto menos curiosa, aunque no termine de convencer del todo. Virtudes y defectos para una producción tremendamente independiente y de difícil visionado.




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Ploy en festivales: Festival de Cannes 2007 , Festival de San Sebastián 2007 , Festival de Toronto 2007




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