Crítica de la película Che, el argentino por Romulo

In medias res


4/5
19/09/2008

Crítica de Che, el argentino
por Romulo



Carátula de la película A la hora de criticar una película como esta surge un problema evidente: Que no se trata realmente de una película sino, más estrictamente, de la primera parte de una. Se me antoja complicado pretender dar un sentido global a dos horas de metraje que realmente están a la espera de la proyección de otras dos para mostrarnos su sentido conjunto y, por lo tanto, también todo su sentido como unidad. Así, esta postcrítica se erige en una suerte de adelanto o precrítica tramposa, in medias res, lanzada durante el descanso de la proyección de una larga película de cuatra horas cuya segunda parte veremos, supongo, dentro de unos meses.

Luego de justificaciones -necesarias, por esta vez-, pasemos al análisis. Me interesa mucho el enfoque de Hypnos en su postcrítica, reprochando a Soderbergh obviar ciertos pasajes, acotando el retrato del Che a la figura bélica de etapas muy concretas.

Hypnos es alguien infinitamente más conocedor de la figura del Che, si he de compararlo con el conocimiento menos profundo que yo pueda tener de ella. En cualquier caso, debemos tener presente que cuando se aborda una película sustentada sobre una figura histórica del calado incluso legendario de Guevara, se debe aceptar casi como premisa ciega la visión que se nos ofrece. Es la única manera de visionarla como película, entenderla como tal. Luego ya llegarán las críticas, tanto estrictamente cinematográficas como más propiamente históricas, éticas, políticas, morales.

Igual que Scorsese decidió dejar fuera de su metraje cierto tramo vital de Howard Hughes en su mastodóntica El aviador (es sólo un ejemplo), Soderbergh elige dos pasajes muy señalados -y veremos cuáles protagonizan el metraje de Guerrilla, la segunda parte del díptico. Se esfuerza, pues, en mostrar al Che guerrillero, al Che líder, al hombre asmático, sucio, cultivado, tan compasivo como paradójicamente implacable, el héroe incoherente e incorruptible en plena jungla cubana. Es precisamente así como a menudo el propio Guevara quería pintarse a sí mismo: "(...) el Guerrillero que soy ahora".

Por eso Soderbergh elige, tal vez, el mítico y quizá ingenuo discurso ante las Naciones Unidas, en el que Guevara sigue lanzando palabras de revolucionario idealista y guerrillero, aun cuando en la isla Fidel ya está asentando las bases para un regimen que, a la larga, poco tuvo de liberación para su pueblo. "¿Fusilamientos? Sí, seguimos fusilando (...)"

¿Podría haberse contado más del Che? ¿Podrían habernos contando otro Che? Sí. Pero este es el Che que Soderbergh imagina. E insisto, deberemos esperar a Guerrilla, probablemente, para entender íntegramente qué pretendía.

En cuanto a película como tal, El argentino tiene un par de detalles reprochables. El primero es que, por su propia estructura, acaba cayendo en un dibujo reiterativo que confluye en una cierta sensación de tedio: desde que la columna del Che entra en territorio poblado, el esquema se repite y las imágenes de carreras, disparos y muertos acaban por perder interés, casi en relación directamente proporcional al número de muertos. Cada guerrillero herido en combate interesa ya menos que el anterior. Muere el Vaquerito, y uno tiene ganas de que se lo lleven rápido y vayamos a otra cosa. Desde luego esto es achacable a la propia estructura de la película, decía, pero no nos engañemos, el demérito es de Soderbergh. Igual que se ahorra ciertos pasajes en la Sierra Maestra o el sangriento viaje del Granma con una voz en off directa y concisa, podría haberlo logrado aquí con un mejor trabajo de selección y, claro, de narración.

Por otra parte, escoge una entrevista que nos es mostrada prácticamente en off (a pesar de los nerviosos y estilizados planos que en ocasiones la acompañan) como sustento de la narración paralela de la película (la campaña en Sierra Maestra; la visita a las Naciones Unidas). Es interesante conocer la intención real de Soderbergh para elegir esas palabras concretas. La entrevista es, digamos, poco agresiva; las palabras de Guevara, pretendidamente románticas. Todo esto subraya y potencia algunas de las acciones que se cuentan, mientras contrasta violentamente con otras, logrando una ambigüedad que, contra lo que pueda parecer, enriquece el entendimiento de una figura compleja como la del Che.

Sin embargo, donde resbala Soderbergh es justo allí donde tanto se regodea, en ocasiones: la estética. Aquí, en la estética del sonido, si se me permite la expresión. El formato de pregunta en inglés-respuesta en castellano, con esa entonación que no responde a la situación que se muestra sino a su utilidad narrativa (casi como conductor en off), desprende un fuerte hálito de artificiosidad y rompe con el estilo cuasidocumental que Soderbergh se esfuerza por imprimir a prácticamente todo lo demás. Las acciones de la columna del Che por la Sierra Maestra, cada emboscada, cada muerto, cada éxito, cada aparición de Fidel. Todo responde a una apuesta de Soderbergh por multiplicar la sensación de pretendida veracidad, de cámara documental, de mimética recreación.

Incluso en las Naciones Unidas, a pesar de que realmente Soderbergh cuida con mimo el grano de la imagen; las sombras en negro, grises, blanco; cada nervioso encuadre; el veloz montaje; a pesar de todo esto, o incluso precisamente a través de esto, el conjunto persigue un estilo aparentemente natural, de pura reacción ante los hechos o palabras. De falsa muestra documental. Y esa idea la rompe, cada pocos minutos, la artificiosa puesta en voz de ese hilo conductor, en preguntas de Julia Ormond y (casi melódicas) respuestas de Benicio del Toro.

Aprovechando para saltar al capítulo interpretativo, he de subrayar que el trabajo de Del Toro es fantástico. Al revés que a mi compañero Hypnos, me gusta su trabajo en cuanto a los acentos, con ese deje cubano que no termina de ser pleno, el "virus del extranjero" que le achacaba Fidel. Y físicamente su capacidad casi animal le convierte en el comandante de cada plano.

Soderbergh consigue un cierto punto de veracidad y naturalidad en las interpretaciones de los actores que dan enjundia al reparto, a cada batallón, salvo contadísimas excepciones (Unax Ugalde sigue siendo ese chico al que veo interpretando pero nunca siendo, en pantalla; le falta aún un condimento, ojalá supiera cuál: ¿fuerza?, ¿técnica?). Demián Bichir traza una apuesta interesante que queda lastrada por la presencia del personaje simplemente como sombra, si bien esto ya es un mensaje de Soderbergh: él nunca está en primera línea, ni siquiera tras ella, pero en la sombra nunca permanece inmóvil o a la espera. En cualquier caso, su escasa presencia en pantalla impide a Bichir ir más allá y dibujar una mínima sensación de evolución o dinamismo en el personaje, y esto puede dar la sensación al espectador de estar viendo más un trabajo de simple imitación.

Asumidas estas dos horas, parece absurdo tener que esperar, probablemente meses, para poder seguir viendo la película. Pido de nuevo, pues, que entendamos esta postcrítica como un análisis in medias res, un adelanto del resultado del partido en el descanso del mismo. Al término del metraje completo, podremos trazar un análisis crítico con mayor sentido.




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