Crítica de la película Eva por Iñaki Ortiz

Inteligencia emocional


4/5
29/10/2011

Crítica de Eva
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Un lenguaje de alto nivel, en programación, sirve para que las personas puedan programar sin tener que pensar como una máquina, es más intuitivo. En cierta manera esto es lo que vemos cuando el protagonista juega con esa interfaz 3D tan vistosa. Su forma de programar una inteligencia artificial no pasa por complicadas funciones matemáticas, algoritmos genéticos (citados con acierto por la profesora) o otros tecnicismos sin interés para la mayoría de los espectadores. Usa paquetes prefabricados mucho más intuitivos, de alto nivel, como el orgullo, la ira y el resto de las clasificaciones que pueden conformar una personalidad y que se mueven más en el campo de la psicología que en el de la computación. Lo que se trabaja es la inteligencia emocional y a un nivel de detalle que no se plantea si los sujetos tienen o no sentimientos, sino que matiza concretamente el tipo de sentimientos y su nivel de intensidad.

Y creo que este es el gran acierto y la diferenciación de la película, que por otro lado trata las cuestiones clásicas de la ciencia ficción de I.A., es decir, los límites de la humanidad, la consciencia, la vida y la muerte, el valor intrínseco de los sentimientos. Todo eso está tratado con toda corrección, pero como digo, lo diferenciador está en el punto de vista muy por encima de chips y jerga técnica, se aborda directamente desde las emociones puras, algo, a mi modo de ver, bastante novedoso. Esto entronca directamente con la trama de drama romántico de los protagonistas, dejando, más que nunca, los elementos de ciencia ficción como una pura herramienta para un guión más centrado en los sentimientos. No está tan lejos de un triángulo amoroso al uso en el que Eva simplemente sea una hija fuera de la pareja. Quizá el punto débil se encuentre en el desenlace, que aunque emotivo, no deja de ser la consecuencia lógica y quizá le falte un punto de sorpresa o simplemente fuerza.

En cualquier caso, una historia contada de una manera muy elegante por Kike Maíllo que rehuye pintar un universo futurista y para ello trabaja con una ucronía en la que coches viejos (incluso para hoy en día) se mezclan con mayordomos cibernéticos y la identidad nacional queda un tanto desdibujada con unos nombre "internacionales" y unos españoles en Suiza, o mejor dicho en medio de la nieve neutra. Es decir, descontextualiza completamente para que nos olvidemos de esa cuestión. Con una estética muy cuidada, de frío y jerséis de lana entre tecnología de diseño, consigue una personalidad propia y un tono muy serio. Nos habla de como se disuelve en la nada la configuración de nuestra personalidad en la muerte (aquello de "todo esto se perderá como lágrimas en la lluvia") y también de cómo transmitimos en cierta manera nuestra personalidad a nuestros hijos. Una obra muy ambiciosa que alcanza muchos de sus objetivos.



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