Salvo muy contadas excepciones, todas las películas de la larga filmografía de Woody Allen están repletas de humor, aunque en ocasiones no sea el tono dominante. Este es el caso de Blue Jasmine, un drama personal y una crítica social bastante oscura, pero que también tiene algunos momentos muy divertidos. Se podría decir que esta es una de las serias, lo cual no la hace ni mejor ni peor.
Allen nos habla del esnobismo -no es ni
mucho menos la primera vez que lo hace. La clase alta y la necesidad
imperiosa de pertenecer a ella por parte de algunas personas que se
creen por encima del resto. Una clase alta, que se quiere
definir a sí misma, más que por su ventaja económica, por una
superioridad a todos los niveles (cultural, social...). La película
remarca esos dos mundos, separados por endebles puentes que en
ocasiones te permiten cruzar de un lado al otro.
Al mismo tiempo, esta es la historia de
una mujer rota, que lucha con sus crisis nerviosas a golpe de
pastillazo. La historia de una perdedora, engullida por la corrupción
económica. Una persona que ejemplifica en sí misma el concepto más
extremo de burbuja, y de los tiempos en qué vivimos. Ha vivido muy por encima de sus posibilidades y ahora no conoce otro modo de vida. Cate Blanchett parece descomponerse por
momentos. Combina una inestabilidad que se sale de la pantalla con un
ego enorme y una pretendida clase. Pasa de la voz quebrada y
temblorosa a una seguridad señorial. Sostiene primerísimos planos
de una manera casi animal. Con mucho, lo mejor de la película.
También quiero destacar, dentro de un reparto que funciona muy bien
en general, a Bobby Cannavale, y a su personaje violento y
pasional.
Si ser una de las grandes obras de
Woody Allen, que ya quedaron atrás, esta es una de las más notables
entre las más recientes.