Crítica de la película Infiltrados en la universidad por Iñaki Ortiz

La nueva comedia americana continúa


5/5
25/08/2014

Crítica de Infiltrados en la universidad
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película El tándem formado por los directores Christopher Miller y Phil Lord, y posiblemente también gracias al guionista Michael Bacall, está refrescando la nueva comedia americana, de una manera continuista y muy influenciada por el cine reciente, pero con su propia personalidad, abriendo nuevas vías. Beben muy claramente del cine de Ben Stiller, con esos títulos de crédito finales tan deudores de la intro de Tropic Thunder, o con esa pareja de cabezas huecas, Jenko y su nuevo amigo deportista, que parecen los nuevos Zoolander y Hansel (Owen Wilson). Así como todo el humor del "Ben Stiller personaje", que lo confronta constantemente a la humillación por cuestiones de torpeza social. En su libertad argumental al servicio del humor, recuerda aunque de forma suavizada, a la saga de Austin Powers porque se permite en ocasiones rozar el gag televisivo casi independiente de la trama (como la escena de la cárcel) y con constantes autoreferencias (como las relativas a las secuelas, el presupuesto de la película...). También es muy el tipo de humor de esa saga, el personaje de Mercedes (una divertidísima Jillian Bell) y sus juegos absurdos de besos amagados.

En cierto modo, se podría decir que la comedia americana de este siglo implosionó en un homenaje a sí misma, una especie de Mercenarios del humor, con Juerga hasta el fin, donde las estrellas claves del género se interpretaban a sí mismos. Podría decirse que supuso un punto de inflexión en el que podíamos ver de forma clara la confirmación de una nueva (aunque no rompedora) manera de hacer humor. Estos nuevos autores parecen partir de ahí, pero con mayor sofisticación y con una frescura sorprendente. Por supuesto, en aquella película teníamos a Jonah Hill haciendo de sí mismo, y por cierto, consiguiendo algunos de los momentos más hilarantes en competición con Michael Cera. Hill, que ya ha sido dos veces nominado a un Oscar, y que este mismo año nos ha regalado otro personaje divertidísimo en El lobo de Wall Street, ha demostrado ser uno de los actores de comedia más imprescindibles, a la vez que es capaz de tomar las riendas de personajes más complejos. Channing Tatum no llega a tanto, pero es mucho más que un chico guapo, tiene unos registros cómicos sutiles que esconden acidez dentro de su papel voluntariamente plano. Ice Cube aumenta su importancia en esta secuela y funciona de maravilla.

En mi opinión, hay algo que debe ser inseparable del humor: la sorpresa. Los esquemas repetidos, que se basan tan solo en un punto de partida gracioso, resultan rutinarios. Aquí, en la primera película se partía de un argumento propio de una comedieta tonta adolescente, pero ofrecía un cruce de géneros ágil entre policías amigos y cine de instituto, que se desvelaba como tal con la rapidez de quien considera que el espectador ha visto cine antes. Pronto se hacía evidente que la premisa argumental no era más que una excusa para desplegar situaciones, gags, diálogos, guiños. Tanto es así que la serie en la que sea basa la primera película, ni siquiera era de humor. El espectador está pronto libre de moldes y aprecia un esfuerzo constante en ofrecer algo propio.

La secuela sigue la el mismo concepto, lo cual significa paradójicamente, ser distinta. En su juego de referencias, hay constantes chistes acerca de si esta segunda parte es o no lo mismo que la otra. Replica la estructura y la rompe. Crea un nuevo nexo, para una tercera parte, e inmediatamente después se lo sabotea. Mantiene así la complicidad constante con el público, al tiempo que se obliga a crear un nuevo producto. Si en la primera parte había un chiste recurrente evidenciando que en los accidentes de tráfico más graves nunca hay explosiones, esta segunda parte va sobrada de pirotecnia, aunque no se evidencia el chiste, se sugiere.

Y es que la película está llena de guiños en primer y segundo término, que hace necesarios varios visionados para captarlos por completo. Comentarios con dobles sentidos, muchas veces apuntando a la propia película o al cine en general. Elementos decorativos con juego, por ejemplo, el compositor de la película, Mark Mothersbaugh aparece en una foto de sus tiempos en Devo. Todos estos guiños, metacine y juegos minuciosos, recuerdan a los mejores años de los hermanos Zucker, pero en un tono más sofisticado y más pendiente de las particularidades sociales. Le sacan partido a cada situación, con una imaginación fresca y muy prolífica. Espero nuevas aventuras de este equipo, sea en Jump Street o donde ellos prefieran.



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