Crítica de la película High-Rise por Iñaki Ortiz

La orgía del sistema


4/5
22/09/2015

Crítica de High-Rise
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película El tema de High-Rise está bastante claro. Los de arriba y los de abajo, es una división que escuchamos mucho en estos tiempos. La película habla del sistema, del sistema capitalista pero en general, del sistema. Para estudiar un sistema complejo siempre es cómodo crear un esquema reducido, y esto es ese rascacielos que, en palabras de su creador, pretende ser un crisol del cambio. Es una versión en miniatura del sistema de clases. Los de arriba, se quejan de que los de abajo gastan mucha energía y eso evita que puedan vivir con todo el lujo que quisieran. Los de abajo, por supuesto, quieren estar arriba. Y entre tanto, el arquitecto asegura que los problemas se solucionarán cuando el edificio termine de asentarse, algo así como la mano invisible que autorregula el libre mercado. Por si no nos ha quedado claro de lo que habla la película, al final escuchamos un pequeño discurso –en mi opinión, innecesario- de Thatcher, acerca del capitalismo. El esquema de High-Rise no está lejos del de Snowpiercer, que usa un recurso muy similar, en horizontal, aunque con un tono muy distinto, aquella de aventuras; esta, mucho más inclasificable.

Ben Wheatley no parece dispuesto a jugar según las reglas. Si fuera así, explicaría gradualmente la degradación del edificio y sus gentes. En lugar de ello, vemos hechos consumados, con continuas elipsis que nos obligan a interpolar todos esos momentos intermedios. Vemos coches reventados, ardiendo, pero no vemos aquello que lo ha provocado. En este sentido, la película es muy exigente con el espectador. Por otra parte, la cantidad de información, con montaje muy ágil, diálogos, voz en off y otras fuentes, requiere una atención absoluta. No lo pone nada fácil. La dirección de Wheatley es potente, muy fluida y con un ritmo excelente que se apoya en una banda sonora repleta de canciones bien elegidas –incluso algunas versiones insólitas- y una composición de Clint Mansell que redondea el conjunto.

Está basada en una novela de Ballard y, aunque dicen que no es muy fiel, hay varias señas de identidad del autor. La reinvención de un espacio artificial, como puede ser el de La isla de cemento, o las calles en guerra de El imperio del sol. Esa supervivencia que convierte lo cotidiano en una jungla. La novela es de los 70 y aquí se ha mantenido la ambientación de la época, aunque muchas de las cuestiones de ciencia ficción de entonces, ahora ya son casi algo normal. No resulta descabellado apenas nada de la estructura de este edificio. En cuanto a su mensaje, hoy nos encontramos más bien en el desenlace de esa sociedad que empezaba a abrazar las teorías neoliberales precisamente en aquella época. Más que un aviso de lo que viene, es una muestra de lo que ha pasado. El impulso del consumismo, es uno de los pilares del edificio, con ese supermercado dentro, repleto de marcas sin alma.

Pero no hay que centrarse en una época tan concreta. No hay más que ver la fiesta en la que “los de arriba”, se disfrazan de aristócratas. Sorprende quizá que las diferencias de clases no sean tan visibles como podrían ser –mucho más obvias en Snowpiercer. El personaje de Luke Evans, en principio es de las clases más bajas, y sin embargo, trabaja en televisión. Se podría decir que abajo está la clase media, después la clase alta (como el protagonista) y arriba están los superricos, el 1% del 1% que diría Mr. Robot. Esto hace algo sutiles las diferencias y consigue que la película sea aún más confusa.

Diría que tiene un problema con su personaje protagonista, que en la primera mitad tiene mucha presencia para después casi desaparecer hasta el final en el que de nuevo retoma. Esto corta un poco el hilo. Por otro lado, me parece el personaje más interesante, por su figura intermedia que le da el doble papel de participante y espectador. Encajándolo dentro de la metáfora, no me cuesta nada asemejarlo a la social-democracia más acomodada. Un agente que no quiere la desigualdad, pero que es capaz de adaptarse a las normas que se impongan, por disparatadas que sean, y sobrevivir. Con su inseparable corbata, puede codearse con los poderosos –donde quiere un hueco aunque no terminen de aceptarle- y con los de abajo, que no le son tan ajenos. Jeremy Irons, muy en su papel, es el arquitecto, el homólogo de Ed Harris en Snowpiercer. Y según cómo lo entendamos, muy cerca de su papel en Margin Call, donde era el presidente de ese Lehman Brothers.

Más allá del mensaje, la película es un viaje a la locura, a la anarquía, a la degradación social. Esto es uno de los aspectos más logrados. El caos, la pérdida absoluta de un código de valores, las orgías sexuales. El despiporre, vaya. Creo que la propia película cae un poco en eso y puede que en algunos momentos pierda el suelo bajo sus pies, aunque sin caer del todo. Una apuesta atrevida y poco complaciente de Wheatley.



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