Crítica de la película Celda 211 por Romulo

Núcleo duro


4/5
08/11/2009

Crítica de Celda 211
por Romulo



Carátula de la película Celda 211 es el producto claro de un artesano. Un trabajo de género. Monzón a estas alturas ha dejado claro que no podemos esperar de él trabajos de brillantez, de vanguardia. Él es un artesano eficaz y, ¡ojo!, no debe tomarse esto como un comentario peyorativo. Todo lo contrario. Es otra raza, otra estirpe, y craso error sería menospreciarlo tal como ocurría en el Hollywood clásico. Ellos están ahí, saben lo que hacen, y lo hacen bien. Y a la sazón, funciona.

En Celda 211 hay un núcleo duro que funciona con una electricidad apabullante, pero todo lo que rodea ese eje central se pierde. Menos chicha, pero sobre todo menos interés y demasiada trampa: La casualidad (¡mucho morro!) con la que se justifica la presencia de Juan Oliver en la celda 211; el hecho de que sea precisamente su mujer, justo ella, quien es golpeada precisamente por Utrilla y, no sólo eso: sucede ante las cámaras de TV con el estupídisimo añadido (impermisible) de que Utrilla se quite el casco para que se le vea perfectamente el rostro.

También los flashbacks aportan poco más que nada y sobre todo son demasiados y repetitivos. Todo esto que envuelve al hilo principal está notablemente por debajo. Y ocurre lo mismo con los actores: mientras los presos que soportan el peso de la trama está simplemente perfectos, el resto de actores están sorprendentemente flojos. Hasta Resines parece por debajo de lo que él puede dar.

Sea como fuere, dejando a un lado todos los inconvenientes ya citados, Celda 211 tiene todo lo que un buen thriller carcelario debe ofrecer (veracidad, tensión, la pizca necesaria de suspense, la dosis justa de violencia y mucha humanidad) y acierta al buscar el perfil creíble de una cárcel española, con personajes reconocibles, con los arrestos de jugar con los presos de ETA como rehenes, con algunos reos insultantemente veraces, yonquis, de cualquier barriada de mala muerte.

Alberto Ammann está irregular en su esforzado rol protagonista, alternando buenas secuencias con momentos más flojos. Intenta aguantar el tipo al lado de auténticos tipos duros, y hay que darle el aprobado. Porque el invento se lo come con papas, sal y ketchup el amigo Luis Tosar: ¡Qué monstruo! Rompiendo la voz, hinchados los músculos, con una mirada feroz pero con una extraña pero creíble integridad moral. La manera en que Tosar recrea a ese personaje, Malamadre, pasa a los anales como una de las mejores interpretaciones del cine español y, no hay que ser pitoniso (ni precrítico) para vaticinar el Goya. Como mínimo.

Agrada descubrir que el cine español puede ofrecer películas tal como ésta. Una buena película de género en manos de un buen artesano. Es así como se construye una industria. Por eso estaba llena la sala. No es casualidad.




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