Crítica de la película El Luchador por Iñaki Ortiz

Patetismo Aronofsky


4/5
27/02/2009

Crítica de El Luchador
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película En una entrevista, se le preguntaba a Darren Aronofsky acerca de su llamativo cambio de estilo con esta película. El director lo razonaba no como una decisión de cambio premeditada, sino como la respuesta a una necesidad narrativa. Dependiendo de lo que quiera contar decide cuál será el estilo de la película.

Está claro que, al menos visualmente, esta película está muy alejada de sus anteriores trabajos, en gran parte, como comentaba en la precrítica, por el cambio del Libatique, su director de fotografía por Maryse Alberti. El director adopta así la imagen que el cine independiente puso de moda a finales de los 90. Además, contrastando claramente con La fuente de la vida, la banda sonora de Clint Mansell tiene una presencia muy secundaria, en pocas ocasiones y siempre como apoyo sutil. ¿Está justificada esta alienación estilística o es un simple experimento del director? Mi respuesta es que está plenamente justificada.

Al mismo personaje de Randy le hubiera encantado vivir dentro del estilo más personal de Aronofsky, con momentos musicales intensos en el cuadrilátero, con imágenes de impacto visual, todo ese derroche de barroquismo hubiera cuajado perfectamente con su espectáculo de luchador. Pero esta es precisamente la historia contraria, la realidad debe suponer la mayor de las rutinas y por ello el nuevo estilo, cercano a la estética documental, encaja de maravilla. Si Randy está superado por esa realidad en la que no hay chaquetas brillantes y las strepers tienen hijos, se moriría al ver como lo retrata su director. Además, es lo que pide esa América profunda con casas prefabricadas y esas tiendas de ropa de segunda mano.

Randy se quedó en los 80, como comenta en la película, "los 90 lo jodieron todo". Dentro de todos los cambios culturales y artísticos que él detesta, encontramos, en el ámbito cinematográfico, la revolución estética del cine independiente, tan sobrio y moderado propio de finales de los 90. Quizá el propio Aronofsky se siente un poco Randy, encerrado en la imagen granulada y documental, lejos de lo grotesco. Esta película habla también de un cambio de época, de mentalidad.

En cualquier caso, no se puede decir que el alma de Aronofsky no esté presente en la película. Aunque es una historia bastante convencional, el tratamiento cuenta con su propia personalidad. La brutalidad de la escena de las grapas, el patetismo exagerado, la marginación, los esteroides, la estupidez de los combates. Todo eso es propio del director, es su sello. Especialmente la crudeza sin concesiones con la que afronta sus historias.

Vuelve a jugar también a las comparaciones, como la impecable escena en la que la cámara sigue por detrás al personaje mientras entra en la charcutería y se oyen los vítores. O los paralelismos con Irak (el combate final) y también la mención por el juego de Call of Duty 4.

Y ante todo, esta es una película hecha a la medida de Micky Rourke. Ni que decir tiene que está impresionante y que merecía el Oscar, por delante de Sean Penn. La escena en la que se abre a su hija en la ventana junto al mar es de una intensidad increíble. Aunque es difícil quedarse con momentos concretos de su interpretación, porque borda toda la película. Rourke, por supuesto, tiene mucho del personaje, primero por lo evidente, su experiencia en el boxeo, pero también por ser una vieja gloria olvidada. Se gana al espectador con su patetismo pero también con su perseveancia.

Cae a lo más bajo en la escena final. Si esta película tratara sobre un boxeador, el director la remataría con una escena final en la que lucha con todas sus fuerzas por la victoria. Pero esto no es lo que le interesa a Aronofsky, nos muestra un contrincante tirado en el suelo pidiendo al protagonista que se tire ya encima de él, vemos a un luhador patético, al borde del infarto, que se apoya en el fervor de un montón de desconocidos que sólo quieren ver un espectáculo grotesco. Pero Randy es consecuente y pone toda su alma en ello, eso lo hace merecedor de cierta dignidad.

Una buena película que supone una interesante singularidad en el trabajo de Aronfsky y que, como las buenas obras, se puede disfrutar a varios niveles.



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