Crítica de la película Julieta por Iñaki Ortiz

Sobriedad sin perder el corazón


5/5
09/04/2016

Crítica de Julieta
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

Julieta primero fue Silencio. Como ya sabréis, Almodóvar decidió cambiar el título para no coincidir con el de la última película de Scorsese. Silencio queda como un texto nunca escrito, es decir, como una palabra no dicha, y de eso es precisamente de lo que va la película, de los efectos devastadores del silencio. El director frena aquí sus mayores excesos y sus brotes de humor para rodar eso, una obra silenciosa, en la que el dolor se gesta en lo que no ha ocurrido, en lo que no hemos visto, en lo que no se ha dicho. Esto nos lleva a una película más sobria de lo que nos tiene acostumbrados -dice él que forma parte de una nueva etapa- pero no ha perdido su derroche su pasión habitual, aunque sea contenida y siguen presentes sus señas de identidad.

Sus señas de identidad que aparecen casi como un guiño con el espectador, como con la referencia explícita al agobiante papel de la pared. Todo el vestuario ochentero y ese peinado imposible. La pared roja de la cocina que sirve para dividir el plano en dos fondos uniformes, rojo y gris. La figura de la madre. El cuadro de Lucian Freud. Pero sobre todo, ese genial recuerdo distorsionado del tren, que compone de forma bellísima los pilares de las debilidades de Julieta: el ciervo desprotegido en la nieve, el hombre perdido con maleta vacía, y el sexo apasionado, como solo Almodóvar sabe rodarlo. Y por supuesto, su gusto por el fetichismo; en ese sexo sobre las redes de pesca, en un universo bucólico casi irreal; la chaqueta prestada; el beso en el tatuaje; o las vigorosas figuras de bronce por dentro y arcilla por fuera.

Julieta mirando al mar

En el cine de Almodóvar siempre es fácil encontrar homenajes a otras obras, a veces tan explícitos que los encontramos directamente en su título, como en Todo sobre mi madre (All about Eve). Aquí tenemos una buena dosis de Rebeca, con esa ama de llaves tormentosa que interpreta Rossy De Palma que percibe como intrusa a la nueva mujer. También hay un elemento trágico con el mar. Quizá haya algo de influencia en el título final, nombre de mujer. Pero hay más barniz de Hitchcock. Usa elementos oníricos del gusto del maestro, como el del tren, o la tormenta en el mar. La intriga psicológica que mueve la trama. La banda sonora de Alberto Iglesias tiene algo de reminiscencia, aunque no tanto como en La mala educación, donde el homenaje era más explícito. Y el detalle de la mención a Patricia Highsmith, a quien Hitchcock ya adaptó en Extraños en un tren, y de quien hay algo de peso en esta película. Primero, y sin ir más lejos, a esos encuentros en el tren -aunque la película esté inspirada en parte en relatos de Alice Munro. Pero también, de la Highsmith más personal, y aquí coincido con Quim Casas al trazar un paralelismo entre Almodóvar y Todd Haynes en su interés en “reinventar el melodrama clásico”, no olvidemos que Carol, la última de Haynes, es una adaptación de Highsmith.

La película está narrada con una estructura brillante. Administra con inteligencia los elementos de intriga, en esto volvemos a Hitchcock. Juega con las elipsis y los tiempos con una limpieza y precisión que muchos quisieran. Almodóvar, más allá de sus vicios, con los que se puede o no conectar, es un excelente contador de historias. Como decía al principio, la película es más dolorosa en los aspectos que no se muestran. En el descubrimiento de lo que no se estaba haciendo patente. Es una historia de incomunicación, que termina con la misma incomunicación: “no le voy a pedir explicaciones”. Pero a pesar de esta sobriedad, el director no se priva de incluir frases intensitas como “Tu ausencia llena mi vida por completo y la destruye”. Sigue siendo él, y en plena forma.



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