Crítica de la película Upstream Color por Iñaki Ortiz

Un nuevo rompecabezas


4/5
05/12/2013

Crítica de Upstream Color
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Shane Carruth, un tipo que pasó de ser un matemático dedicado a desarrollar software para simulaciones de vuelo a ser la sensación del festival de Sundance con Primer. Era una complejísimo rompecabezas de viajes en el tiempo. Su truco, además de un control matemático absoluto sobre su premisa de las paradojas, era golpear al espectador con elipsis que obligaban a rellenar huecos en una trama ya de por sí complicada. Era necesario verla dos y tres veces. Pero era mucho más que eso, también era uno de los mejores ejemplos de hiperrealismo en la ciencia ficción y era además todo un logro por conseguir un acabado excelente con un presupuesto de aficionados. Fue un Gran Premio del Jurado merecidísimo.

Nueve años después llega su segunda película, Upstream Color, la prueba de fuego. Porque ya tiene algo más de presupuesto -aunque tampoco parece que mucho más- y no basta con resultar convincente, es necesario un paso más. Porque ya no trata sobre ingenieros -un entorno que le es cercano- y, en definitiva, porque todos estamos esperando a ver qué hace en su segunda película. Saber si aquello de hace nueve años fue una excepción o un comienzo.

En cierto modo ha repetido fórmula. La trama es a duras penas comprensible en su primer visionado. Esta vez, su dificultad no se basa en los bucles matemáticos sino en una historia desconcertante, y aquí tiene mucho más peso el uso de las elipsis. Carruth ofrece una visión sesgadísima de la trama, donde en el espectador tiene que ser capaz de deducir lo que falta. Un argumento que, por su extrañeza, sería resuelto con varias explicaciones en manos de cualquier otro, aquí peca de lo contrario: no muestra ni siquiera todo el desarrollo de la historia. Cuando empiezas a intuir por donde va a continuar te das cuenta que eso ya ha pasado, se da por hecho sin ser confirmado, que no pasarás de intuirlo y debes pensar ya en lo siguiente. Quizá aquí no funcione tan bien como en Primer, donde el argumento ya era complejísimo de por sí. Upstream Color podría ser una película razonablemente comprensible si no se hubieran eliminado algunas piezas del puzzle. Aceptando esta decisión algo tramposa, podemos disfrutar nuevamente de un reto intelectual, un nuevo rompecabezas.

Estéticamente da un paso adelante. Ha pasado de la resultona textura del 16 mm que tenía su ópera prima, el cine de los viejos pobres; a formar parte de ese nuevo grupo de realizadores sin dinero que ruedan con las nuevas cámaras de fotos digitales. Concretamente ha rodado con la Panasonic GH2, una cámara que no llega a mil dólares y que, obviamente, siendo digital, no tiene ningún gasto de metraje y procesado. El resultado es el que ya conocemos de las películas rodadas con este tipo de cámaras (Rubber, por ejemplo). Unos fueras de campos muy marcados, una luz especial, un color vivo. Una estética que me resulta muy atractiva y que, creo que se convertirá en una seña de identidad de los realizadores low cost de esta época, igual que el 16 mm puede hacernos pensar en la nouvelle vague. Carruth le saca partido al formato y consigue imágenes sugerentes, que potencian el tono surrealista de la historia.

Dejando a un lado el sentido lógico de la trama, que daría para un artículo completo, hablaré ahora de las ideas que subyacen, o al menos, aquellas que me ha sugerido. La figura del granjero - músico, por ejemplo, creo que es una representación muy personal del propio director. Es un personaje obsesionado con las historias, a veces observándolas, a veces provocándolas. Un demiurgo que observa los detalles de su entorno y compone. No olvidemos que Carruth es el autor de la banda sonora y está acreditado también en el departamento de sonido -un elemento crucial en esta película. En definitiva, la clásica representación del artista, como siempre, por encima de cualquier consideración ética. Otro aspecto interesante es la asociación de persona y animal, como un reflejo de aquellos instintos más irracionales que, sin saber nosotros muy bien por qué, nos llevan a realizar algunas de las acciones más importantes de nuestra vida. Una reflexión sobre la irracionalidad del amor, la agresividad, la protección de la familia. Aquí, Carruth separa inteligentemente esos componentes, para representarlos con los cerdos, mientras que los protagonistas representan el aspecto racional que intenta comprender y controlar sin éxito su motor más salvaje, esa parte de nosotros que sigue siendo la que toma las decisiones. En este sentido, el final no solo es resolutivo a nivel argumental, si no también emocional -como lo son los buenos finales- con unos personajes aprendiendo a convivir con su lado animal.

En definitiva, una película que peca un poco de repetir fórmula, sin que en esta ocasión esté tan justificada, y que si bien no tiene una esencia de culto tan concentrada como Primer ni su atmósfera, es más ambiciosa y un ejercicio estético más complejo. Más poesía, en su mensaje, en sus imágenes y especialmente en su sonido. Esperando su siguiente trabajo



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