Crítica de la película Los odiosos ocho por Iñaki Ortiz

Un nuevo Tarantino


5/5
19/01/2016

Crítica de Los odiosos ocho
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

The Hateful Eight tiene todos los elementos habituales del cine de Tarantino. La estructura capitular desordenada, los diálogos, muchos de los chicos Tarantino -echábamos de menos a Tim Roth en el equipo. Tiene un parecido considerable con Reservoir Dogs, en cuanto a planteamiento argumental. Por supuesto, su habitual verborrea. Sin embargo, hay diferencias. Algunas muy significativas. Tanto, que incluso creo que podríamos hablar de excepción, o, dependiendo de sus próximos trabajos, incluso “punto de inflexión”.

Tarantino ha preparado aquí una experiencia cinematográfica. Ya lo hizo con su Death Proof para la experiencia Grindhouse, pero si aquella apelaba a la nostalgia de las dobles sesiones de serie B, con un celuloide de lo más maltratado, aquí prepara un exquisito espectáculo en 70mm que algunos privilegiados podrán ver en todo su esplendor -y en todo su metraje. Desde la abrumadora introducción y los créditos, con esos paisajes nevados y ese cristo congelado, uno siente que hay un Tarantino diferente tras la cámara. Uno más dispuesto a que la atmósfera lidere la película, y no sus ocurrentes diálogos. Antes de que aparezcan los personajes tenemos ese estupendo plano paciente, esperando la diligencia, en un verdadero infierno blanco en el que los oscuros caballos parecen una aparición casi bíblica. Este plano helador -permitidme la obviedad- es presagio de un Tarantino mucho más cuidadoso con las sensaciones, con una plasticidad que no se le veía desde el primer Kill Bill.

El cristo helado

Me he propuesto evitar toda referencia a los cientos de guiños cinéfilos, más o menos explícitos, que hay en su nueva película -como en las anteriores. Pero no soy capaz de articular esta crítica sin hablar de La cosa de Carpenter. Esta influencia no solo es evidente en la primera mitad, sino que es aceptada abiertamente por el director. De hecho, reunió al equipo para ver la película antes de empezar a rodar -sí, incluido al protagonista de aquella, Kurt Russell. Las similitudes argumentales son claras, pero sobre todo, y en esto hace hincapié el director, la clave está en las sensaciones que trasmite la película. Lo importante no está en adivinar cómodamente quién es el asesino, como en un juego de Agatha Cristie, sino en el ambiente enfermizo de desconfianza absoluta y paranoia, que está presente ya desde el primer encuentro. Tarantino apuntala fuerte toda esta primera mitad con imágenes agobiantes de frío y ventisca, como aquella en la que clavan en el suelo las estacas para la cuerda, otra escena puramente atmosférica -cosa que sorprende en el director. O la imagen de ese váter lejanísimo (en el esfuerzo, que no tanto en el espacio) que podrían frenar las ganas más urgentes. Aunque el argumento está más cerca de la intriga, los códigos visuales que utiliza se acercan más al terror de aquella. Eso sí, mezclado con esa novelucha pulp western tan suya de sucias y oscuras diligencias. Para rematar están las viejas piezas de Morricone para La cosa -también hay una de El Exorcista II. Aunque el aspecto más diferenciador aquí es que el gran Morricone compone música original, algo con lo que Tarantino ha jugado muy poco en anteriores trabajos. También eso aporta una manera diferente de desarrollar la estética, con un punto más personal -aunque hay que reconocer que Tarantino había hecho del remix uno de sus elementos más personales.

Otro elemento clave de la película es la guerra civil americana. Tarantino está cada vez más interesado en la política y en la historia, y aquí lo lleva un paso más allá. Dice él que la película tiene algo de post-apocalíptica (esto nos lleva de nuevo al género de terror), pero el Apocalipsis es la guerra civil. Creo que es una imagen muy acertada por varias razones. La primera, porque la película usa el clásico recurso de ese género de crear un universo microsocial donde aparecen representados los principales sectores -véase la última entrega de Mad Max. Pero también tiene del cine post-apocalíptico, esos grupos errantes, supervivientes. Casi cazadores nómadas en el sentido prehistórico, que subsisten con el enfrentamiento y que no tienen nada. Por supuesto, siempre buscando una meta geográfica, sea México o Red Rock. Volviendo a Mad Max, podríamos pensar en la segunda entrega, o, más cerca en el tiempo, La carretera. En este caso, no ha habido un holocausto nuclear, pero para muchos, la guerra civil habría tenido un efecto parecido. La crudeza del gore de la segunda parte refuerza este mundo desesperado.

Kurt Russell y Samuel L. Jackson

Hay constantes referencia a la guerra, a la esclavitud, a la rendición, al juego sucio y, en general, a las heridas abiertas. Pero quizá lo que me resulta más interesante es todo el hilo de la carta de Lincoln, especialmente en su resolución. Es como si el autor estuviera explicando la democracia, como el mayor dogma de fe americano, que no se racionaliza sino que se cree en él desesperadamente como el último nexo de unión posible en una sociedad nueva, multiracial, con diferentes religiones y procedencias. En la película de Spielberg veíamos una reverencia casi infantil hacia la figura de Lincoln. En cierto modo, aquí Tarantino señala esa ingenuidad y ese autoengaño, y no necesariamente como algo malo. Creer en la mentira de la democracia y glorificar la figura del presidente de los Estados Unidos como si fuera, casi, su líder religioso, independientemente del bando. Mentira o no, la única esperanza para recuperar el orden social en la oscuridad de la tormenta. Siendo, posiblemente, su película con diálogos menos brillantes, puede ser la que tiene un discurso más elaborado.



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