Crítica de la película Història de la meva mort por Iñaki Ortiz

Viaje al oscurantismo


4/5
07/02/2014

Crítica de Història de la meva mort
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Las obras de Albert Serra son ante todo poesía visual. Imágenes sugerentes, que juegan con la luz y el color, y con la composición para sumergirte en un mundo extrañamente realista dentro de un lirismo algo hipnótico. Así era hasta ahora y así sigue siendo en Història de la meva mort, pero con una particularidad especial en este último trabajo: hay un peso mucho mayor del contenido, de los diálogos, los personajes. En cierto sentido, es menos pura, menos radical y es más película que, por ejemplo, Honor de Cavalleria.

De esta forma, aquí lo plástico se une a lo conceptual para ofrecer un resultado más completo. Serra nos cuenta la historia de un encuentro entre Casanova y el conde Drácula. Mezclar a un personaje histórico con uno de ficción resulta algo extraño pero ya lo hemos visto recientemente en el Holmes & Watson de Garci, o en algunas películas que han mezclado al monstruo de Frankestein con la propia Mary Shelley (sí, algunas, es algo que se ha hecho varias veces). Reales o no, son dos personajes que pertenecen al mito, lo que encaja en la línea de las anteriores películas del director (el Quijote, los reyes magos). En este caso los utiliza a modo de alegoría de dos visiones casi opuestas de la vida. Casanova representa a la ilustración, el racionalismo. La primera mitad de la película es suya. Se mueve por un palacio lujoso, luminoso, entre libros de Voltaire y las comodidades del progreso. Habla de las maravillosas máquinas que ya son capaces de pensar y ve un futuro utópico -en este sentido es complementario al personaje del Quijote de Honor de Cavallería, que tenía una idea de utopía nostálgica. Y por supuesto, tiene una mentalidad abierta ante el sexo, centrada en el placer desenfadado -de ahí que incluso estalle en carcajadas mientras practica sexo o se sumerge en el culo de una dama. El sexo por diversión, desprovisto de cualquier intensidad espiritual.

Drácula, por el contrario, representa el romanticismo, la tradición, la pasión, la oscuridad. Una concepción del sexo relacionada con el dolor y la sangre, con la muerte y el pecado. La segunda mitad de la película se desarrolla en bosques salvajes, sin apenas luces. Los momentos de pasión son mucho menos alegres, más intensos y carnales, especialmente en ellas, y no se toman nada a la ligera. El bosque de Serra es peligroso, abrupto, mágico, con un viento que azota de continuo las hojas construyendo una banda sonora de desasosiego. Algo similar a lo que puede mostrar Apichatpong Weerasethakul en Tropical Malady.

El director une estas dos partes/personajes/conceptos de la película con el absorbente plano de la carreta adentrándose en el bosque, y la comparativa que el personaje de Casanova hace explícitamente. Este viaje de las luces a las sombras, de dos concepciones morales tan distintas, recuerda a otra película en cartel, Nymphomaniac, donde Lars von Trier habla del viaje entre la Iglesia del este y la Iglesia romana. Es un concepto muy similar.

Aunque es una película árida de ver, especialmente en la segunda mitad, con menos diálogos, ofrece algunas cosas interesantes. Por un lado, la estética, con algunos planos que parecen sacados de un lienzo -especialmente al inicio. Por otra parte, la confrontación de conceptos de la que he hablado, que tanto puede ser aplicada como una reflexión histórica, como adaptarlo a nuestros tiempos de forma genérica. Y un halo de superstición y oscurantismo que envuelve toda la segunda mitad. En definitiva, una obra más para degustar que para disfrutar.



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