Crítica de la película Grupo 7 por Hypnos

Y cómo hemos cambiado...o no...


4/5
21/04/2012

Crítica de Grupo 7
por Hypnos



Carátula de la película Cifraba mis dudas sobre Grupo 7 en la duda de si Alberto Rodríguez sería capaz de coger el toro por los cuernos y podría dirigir cine policíaco con el suficiente pulso y he de decir que el director sevillano ha cumplido con creces.

No ya sólo en ser capaz de introducirte de lleno en el centro de Sevilla a finales de los 80, con esas ansias de renacimiento de la ciudad con la Expo y ese reverso tenebroso de la droga, de esa suciedad que se te pega a la butaca, de ese malestar entre tanto yonqui, de ese perfecto vestuario y ambientación y de esas imágenes de archivo, sino también por dirigir con una gran agilidad desde una persecución por los tejados hasta cualquiera de los excesos del Grupo 7.

La película está escrita y montada en escenas relativamente cortas y secas, con mucha elipsis, a la manera de la novela negra americana, y esto hace que la película no decaiga en ningún momento, a la vez que nos va introduciendo en la vida y relaciones del Grupo 7. Si este país tuviese la seguridad en su talento que se requiere, de esta magnífica película se podría haber parido, casi sin despeinarse, una serie de varios capítulos, al estilo de Crematorio, ya que te quedas muchas veces con ganas de más de estos personajes.

En la línea de lo que comentaba en mi precrítica, la clave de esta película está en que uno no deja de sentirse en Sevilla, y no deja de estremecerse en la butaca ante una historia que no resulta increíble. Ese acento andaluz, esas intrincadas calles de Santa Cruz, esos arrabales...todo eso está muy bien, que se diría en las tertulias de ¡Qué grande es el cine!

La banda sonora, sin estridencias, marca el camino de esos cuatro componentes del Grupo 7 con especial atención para un Antonio De La Torre que, sin apenas hablar, lo dice todo; y de José Manuel Poga, con especial mención al yonqui Joaquín, interpretado por Julián Villagrán.

Lástima que haya algún momento en el que el guión se traiciona a sí mismo y decide hablar más de lo que debía, sobre todo, en la historia de Rafael con la yonqui y el pasado de su hermano. Y lástima también que, a pesar de que sí que gusta, a mí no me termina de convencer Mario Casas. Hay algo, quizá en su voz, en su manera de hablar, que me lleva a verlo excesivamente rígido y sin matices. Eso sí, no desentona en el conjunto y va adquiriendo una presencia física imponente.

Por último, especial mención a esa venganza a medio camino entre De repente, el último verano y un paso de Semana Santa en La Candelaria en el que, una vez más, la historia juega con el espectador y la resolución es más spanish que americana. Si esto hubiese sido Infiltrados hubiesen muerto todos.




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