Crítica de la película Serpientes en el avión (Snakes on a Plane) por Iñaki Ortiz

Uno no se espera una dirección de calidad, buenas interpretaciones, exquisitos diálogos. Si voy a ver “Serpientes en el avión” lo que me espero es que lo den todo, y no lo han dado todo.

La primera parte, antes del avión está bien sostenida, con ese bate de baseball y un poco de aquí y de allá. Las escenas en las que las serpientes hacen su aparición son de lo mejor de la película, el mayor despiporre lo vemos allí. Diferentes formas de muerte por ataque (que no picadura) de serpiente. Una gran variedad que no tiene desperdicio.

La solución final tampoco está nada mal, con descompresión y boa saliendo del avión en plena digestión. El aterrizaje sin darle mayor interés a lo que no lo tiene.

Pero en ese periodo de espera, desde que se atrincheran hasta la descompresión, una etapa en la que uno pudiera esperarse una situación carpenteriana, lo que vemos es una parte más normalita que no termina de decantarse por nada. Esto, unido a que las anunciadas escenas añadidas no terminan de dejarse notar por ningún lado, ¿los momentos de Samuel L. Jackson improvisando dond están? - ¿acaso habré visto una versión inicial? – hacen que el film no llegue a ser suficientemente radical como para disfrutarlo al cien por cien. En pocas palabras, no se explota suficientemente la serie B.

Las virtudes de esta película las encuentro en que sabe no cargar las tintas en lo que tenemos más que visto. El avión que va a caer al mar pero hasta el último plano no descubrimos la tensión. El aterrizaje final. Incursiones por las zonas oscuras del avión. A todo eso no se le da importancia porque ya nos lo sabemos. Eso está muy bien. Uno de los mayores defectos, aparte del que ya he comentado, es lo poco que se explota a los personajes, que se presentan ricos y luego apenas sabemos de ellos. ¿Dónde están los momentos del azafato, o del oriental que hace kick boxing? Justo llegan a uno cada uno. Por no hablar del lamentable y reducido personaje de Elsa Pataky.

Lo mejor: que no he tenido necesidad de mirar al reloj ni un solo momento.