Crítica de la película Meduzot por Keichi

Yo no soy tonto


1/5
08/10/2007

Crítica de Meduzot
por Keichi



Carátula de la película Cuando, al hacer la precrítica de esta película, mencionaba que el mayor riego de una producción de este tipo era hundirse en la esfera de la desfachatez, no pensaba que un film ganador de la Cámara de Oro en Cannes y seleccionado como la mejor película israelí del año fuera tan estúpido como para caer en una trampa tan evidente. No una película seleccionada para el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Pero, a veces, la realidad termina por sorprender hasta al más pintado. En efecto, Meduzot cumple, uno por uno, mis peores pronósticos, e incluso los supera por momentos.

La mecánica de la película nos la conocemos de memoria. Se nos presentan una serie de historias dramáticas en donde se introduce un elemento onírico que transforma la vida de sus protagonistas. ¡Pero de qué elemento onírico hablamos! Ese evento tan increíblemente sobrenatural es la aparición de una preciosa niña que sale de las aguas como por arte de magia. Bonita imagen, pero lo cierto es que este hecho no tiene ni pies ni cabeza. Si se quiere meter magia en la historia, que sea con todas las consecuencias, no intentando compaginar ese elemento, tan a todas luces fantasioso, con situaciones de la vida cotidiana que no sirven más que para desbaratarlo. ¿Cómo se explica que el policía y otras personas puedan ver a la niña? ¿Cómo está tan forzada la excusa del fin de semana para que la protagonista se la lleve a su casa? Claro, como es magia todo vale, aunque sea a costa de reírse del espectador a la cara.

Dejando de lado esa historia principal, nos encontramos con otros tantos dramas, protagonizados todos ellos por mujeres, en los que ya no es el elemento mágico sino el lacrimógeno el que está introducido en la historia con una desfachatez alarmante. Lo peor de todo es que no asistimos a evolución alguna. De hecho, algunas de las historias están desarrolladas de manera tan deficiente que su desenlace termina por darnos lo mismo. ¿Para que sirve poner en escena a tantos personajes -como la madre de la camarera o la fotógrafa- si luego no se exploran lo suficiente? En efecto, las historias no involucran al espectador, se dejan como a medias, sin terminar, no siendo la intención del film centrarse en una serie de relatos costumbristas. Quizás la única historia que merece la pena es la de la pareja de recién casados del hotel y la poetisa suicida, pero se nota demasiado que, a la hora de adaptar sus relatos cortos, los directores han querido hacer una especie de almágana de cuentos a la que no hay por donde cogerla.

El drama de la película destaca por su artificialidad. Parece que todos los problemas de los personajes, que no lo son tanto, estén tremendamente forzados. Tal es el caso de la protagonista principal, con ese regreso final a su infancia en la que, en vez de comprarle un helado, sus padres discuten en la orilla. Lo mismo ocurre con la cuidadora filipina que quiere ver a su hijo y la relación de la actriz con su anciana madre. El modo en el que la película trata de motivarnos es una autentica tomadura de pelo al espectador inteligente. Por citar solo una escena, particularmente horrible, no hay más que fijarse en ese momento en el que el policía hace un barco de papel con la ficha de un desaparecido en el mar y lo sopla sobre su mesa. ¿¡Se supone que esa imagen tiene que resultarnos poética!? Otro ejemplo más es la toma en la que vemos la foto con el vendedor de helados que se mueve. Y a la protagonista parece no importarle. Total, como todo es un cuento, da lo mismo. 

En efecto, sobre esa historia con tintes de fábula orbitan el resto de dramas personales, completamente asépticos. El mensaje que pretende transmitirnos la película brilla por su ausencia. Nos limitamos a asistir a una serie de eventos sin ningún tipo de relación, historias a las que más de uno intentará sacar un sentido profundo cuando, en realidad, no contienen nada más que lo que muestran, que no es gran cosa. Si se quiere jugar a contar cuentos, o se hace a la manera tradicional o se le da la vuelta a lo de siempre. Pero claro, Edgar Keret y Shira Geffen deben pensar que al introducir a una niña de cabellos eternamente mojados corriendo en bañador por la playa tienen carta blanca para hacer lo que quieran. Si este es el nuevo cine fantástico, paren el tren, que yo me bajo. Lo más desesperante del asunto es que la película atesora unas cuantas virtudes. En efecto, los actores, liderados por Sarah Adler, Tsipor Aizen, Bruria Albek y Ilanit Ben-Yaakov, sin ser una gran maravilla, están bien, aunque la absurdidad de los roles que les ha tocado interpretar acaba por hacer que su trabajo caiga en saco roto. Lo mismo se puede decir de la fotografía y la música.

En resumidas cuentas, la pretenciosidad de esta película es tan grande que termina por perderla. Tenemos todos los elementos necesarios: película coral, mezcla de realidad con fantasía, supuesta metáfora profunda con referencias al mar y a las medusas, destinos torturados que viajan a la deriva como mensajes en botellas… Lo más sorprendente del asunto es que la mayoría de espectadores caigan en la burda trampa de la película. No se trata de saber o no dejarse llevar, sino de escoger con mucho cuidado las corrientes que nos arrastran, pues las aguas de Meduzot desembocan en un -nunca mejor dicho- verdadero mar muerto. El conjunto de alegorías evidentes sobre los temas más diversos y oportunistas que recoge es la más clara prueba del sentimentalismo artificial del film. Es de agradecer que los directores quieran con su trabajo retratar una Tel Aviv alejada de los constantes conflictos que la asolan, pero eso no es excusa suficiente para tolerar todas sus licencias. Sin montaje, sin guión y sin magia, la película se convierte en una verdadera cáscara vacía.

Me considero una persona bastante benévola a la hora de criticar una película. Soy capaz de agarrarme a cualquier cosa con tal de salvar de la quema un trabajo en el que -siempre hay que tenerlo en cuenta- una serie de profesionales han invertido una ingente cantidad de tiempo, ilusión y dinero. Cualquier excusa me vale para no tener que enviar todas estas cosas a la hoguera. Pero es que en este caso ni siquiera la fotografía o las interpretaciones consiguen que me olvide del bochornoso espectáculo que acabo de contemplar. Puedo perdonar de una película que sea lenta o predecible, que esté mal rodada o sus actores sean particularmente malos. Puedo perdonar todo eso. Que me trate de idiota, jamás.




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Meduzot en festivales: Festival de San Sebastián 2007 , Festival de Toronto 2007 , Festival de Sevilla 2007




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