Prisioneros fue una de las dos películas que Denis Villeneuve presentó en el festival de San Sebastián. Él lo dejó muy claro en rueda de prensa: había realizado una con interés personal -en este caso la otra, Enemy- y esta que nos ocupa como película dirigida al gran público y la taquilla. Y esto resulta evidente en ambos casos. Esta es una película de vocación claramente comercial, asimilable por todos los espectadores, es cierto, pero no por ello el director ha descuidado la calidad. De hecho, es todo un ejemplo de buen cine comercial.
Consigue un ritmo excelente sin caer
por ello en la ligereza. Es una película emocionalmente densa, que
reflexiona sobre la violencia metódica, sobre la lucha interna de
una buena persona cometiendo actos horribles. Es un thriller
dramático con bastante peso, apoyado en una visceral interpretación
de Hugh Jackman, su punto
fuerte. Sin embargo, sabe combinar esta densidad con un
movimiento rápido que va introduciendo elementos de interés a
través de una estructura sólida y flexible. Dicho de otro modo, la
información está administrada de un modo muy inteligente para que
el film avance sin parar y su largo metraje pase volando. Tiene un
muy buen equilibrio entre cine de personajes y cine de trama.
Una dirección con clase, una factura
elegante. Una atmósfera de suspense que la sitúa entre lo mejor del
género. Excepcional secuencia climática con el policía conduciendo
con su vista perdida, suspense de lo más estético. Jake
Gyllenhaal demostrando una vez más su versatilidad, lo muy capaz
que es de conseguir un personaje con fuerza. Un buen reparto en
general. Un guión que funciona muy bien, en cuanto a estructura, con
trampas razonables y bien armado; aunque, siendo ya quisquillosos,
hay que decir que algo trillado y quizá previsible. Ninguno de los
aspectos de la película es memorable, pero todos son notables.