Latinoamérica firma un cine de autor que en España no podemos ni soñar. Lo hace además con pocos recursos, como demuestra esta película. México es precisamente uno de sus países más destacados. En un pueblecito del sur del país un adolescente, apenas un niño, tiene un accidente de coche. Toda la película relata las peripecias del chaval en busca de un mecánico que arregle el vehículo, pero en realidad el film nos habla de una búsqueda de respuestas y de soluciones a un dolor interno del que más tarde se nos explicará el origen.
Salvo en un par de momentos puntuales, el director Fernando Eimbcke se sirve exclusivamente de planos fijos para construir su historia. Son auténticas fotografías, paisajes estáticos pero extrañamente vivos por los que cruzan los personajes y que el director repite, alterna con planos negros o a veces funde del todo en la oscuridad para dejarnos con el sonido del mar o la música que escuchan los protagonistas. Además de que el film tenga un estilo propio, lo mejor es que a pesar de estos recursos la película no resulta demasiado lenta en su desarrollo. Lo cierto es que el viaje cíclico del protagonista se prestaba a una historia aburrida y terriblemente pausada, pero no es así. Requiere, eso si, cierta paciencia por parte del espectador no acostumbrado a este tipo de propuestas. No será raro escuchar a quien diga de esta película que no cuenta absolutamente nada.
Todo se resume en una parábola simbólica. Las desventuras de Juan no son sino exteriorizaciones de un viaje interior que está emprendiendo sin darse cuenta tras la muerte de su padre. La historia del perro de Don Heber nos habla de la aceptación de la pérdida, las enseñanzas del chico obsesionado con Bruce Lee de la represión de la rabia y el personaje de Lucía de una necesidad de afecto. Son metáforas naturales, de fácil comprensión y además no nos las gritan al oído, sino que su presencia es sutil. Incluso se permite un pequeño espacio para el humor, como en la escena del desayuno con el perro. Evidentemente, todas ellas terminarán de convencer al protagonista de que regrese para cuidar de su hermano y apoyar a su madre en el dolor del duelo.
Diego Cataño asume con valentía un papel protagonista parco, contenido y más difícil de lo que parece. Los restantes actores adolescentes son los debutantes Juan Carlos Lara II y Daniela Valentine. Termina de completar el cuadro el veterano Hector Herrera y el pequeño Yemen Sefani. Muy buenas interpretaciones de todo el pequeño reparto que consiguen que los excéntricos personajes -tan característicos del cine latino- lleguen al espectador con sus silencios y su verborrea compartidos.
Como nos explican al final de la película, el lago Tahoe no es un destino, sino un lugar soñado e inalcanzable de la memoria. La película es pura poesía minimalista, todo emotividad contenida en ese aura luminosa de misterio de los paisajes desiertos. Su hermosa metáfora de la vida y la adolescencia no deja lugar a dudas. Los premios que ha cosechado en los diferentes certámenes europeos son más que merecidos. No en vano la crítica francesa ya compara a Eimbcke con Kaurismaki, Jarmusch, Tsai Ming-Liang e incluso con Sergio Leone. Se mire como se mire, un trabajo reseñable de un director inimitable.