Hay películas que parecen hechas para proyectarse en festivales. Son trabajos de naturaleza lírica, condescendientes con el público pero que también suelen entusiasmar a la crítica por su cercanía. El director de esta película es precisamente un experto en este tipo de propuestas. Majid Majidi -al que más de un crítico exagerado ha definido como un sucesor de Kiarostami- consiguió incluso llegar a los Oscars hace años con Children of Heaven.
Majidi vuelve a acercarse al mundo de la infancia y la pobreza a través de una mirada sencilla y sin alardes, aunque esta vez lo hace mediante la figura de un padre de familia. Reza Najie interpreta a Karim, un cuidador de avestruces que lleva una vida tranquila con su familia en el campo. Un día, una de las aves escapa por accidente y Karim es despedido. Como las desgracias nunca vienen solas, el audífono de su hija se estropea. El hombre irá entonces a Teherán en busca de uno nuevo y sin quererlo ni beberlo terminará reconvirtiendo su vieja motocicleta en un improvisado taxi. La vida urbana influye negativamente en su mentalidad de pueblo. No hay más que ver como observa la casa de la mudanza, en el transcurso de la cual acaba ataviado con una camisa nueva. El deseo de aspirar a algo mejor toma fuerza en él.
El mensaje principal de la película es pues una lectura sobre al materialismo y la avaricia, aunque en segundo término también habla sobre los contrastes de la vida en el campo y la ciudad. Karim se va trasformando progresivamente en una persona egoísta. Olvidando su principal objetivo -reparar el audífono de su hija- se concentra en ganar más y más dinero. Lo que antes ofrecía a sus vecinos altruistamente, ahora lo guarda para si, almacenando objetos inútiles en el patio de su casa. Otro ejemplo más es esa escena en la que trata de obtener cambio para dar limosna a la mendiga. Finalmente, la codicia acaba por perderle y no solo en un sentido figurado.
The song of sparrows destaca por una estética preciosista que, una vez más, se sirve de los paisajes de Irán para construir su metáfora pictórica. ¡No falta la figura del árbol solitario! Es un tópico, pero no está de más. Los verdes paisajes rurales contrastan con la fotografía grisácea de la ciudad. Detrás de la película hay un notable trabajo de fotografía por parte de Tooraj Mansouri y lo mismo puede decirse de la banda sonora del afamado compositor Hossein Alizadeh. Destaca también el buen papel del actor protagonista en la piel de un hombre simple e indudablemente bueno al que embrutece el engañoso brillo del dinero. Un trabajo comprensiblemente premiado en la Berlinale. Los restantes actores no profesionales, sobre todo los niños, también se lucen.
La mirada de Majidi al mundo de la infancia aparece perfectamente retratada en la historia de los niños que quieren montar una improvisada piscifactoría en la cisterna abandonada. La fatalidad que siempre acaba por romper los pequeños sueños se repite y si antes vemos como a Karim se le rasga la bolsa de camino a casa, los peces acaban desperdigados por el suelo y devueltos a la libertad. Con todo, el mensaje de la película es optimista. Siempre hay espacio para la esperanza, en forma de pez que llega a su destino o de esas flores que los niños dibujan en la escayola de su malherido padre. Con la lección aprendida, el avestruz regresa a casa y todo el mundo sonríe.
En resumidas cuentas The song of sparrows es una película muy de festival, humana, entretenida y bonita, pero nada más. ¿Por qué valorarla entonces con un notable en vez de un aprobado? Principalmente, porque no se puede obviar la belleza de su realización y el buen hacer de sus actores, pero hay una segunda razón. Para ser cine iraní, su desarrollo es rápido. De hecho, se trata de una película muy accesible para el espectador occidental, muy recomendable a modo de primer acercamiento al cine de Oriente Medio. Está bien saber que hay vida más allá de la familia Makhmalbaf, aunque sea una más inocente.