La adaptación de Baz Luhrmann es estruendosa, excesiva, pirotécnica. A pesar de que aborda paso a
paso casi todos los pasajes de la novela, recuperando los diálogos
en muchos momentos palabra por palabra, el tono no puede ser más
distinto del que sugería la obra. Mucho más afectado, como una
canción de desamor versionada por Manos de topo. Frenética,
en continuo movimiento, con muchos menos matices. Aplastada por una
espectacular sucesión de grandiosidad y pura explosión de lujo y
esplendor. En definitiva, lo que era de esperar. Sin embargo, creo
que hay que reconocer también un esfuerzo por parte del director
para bajar de su parque de atracciones particular y, en la medida en
la que el drama avanza, adoptar un estilo más comedido, más
descansado. En este sentido, de la recta final, me quedo con la
maravillosa secuencia de conflicto en el hotel Plaza, con un duelo de
carisma entre un imponente (y asombrosamente tembloroso) Leonardo DiCaprio y un muy
interesante Joel Edgerton, que lejos del amor facilón y sin
reservas del que suele hacer gala en su cine, respeta las intrincadas
complejidades de las circunstancias de cada uno.
Se puede decir que Luhrmann ha decidido
hacer completamente suya la adaptación, encontrando su propio tono,
pero que en el fondo ha querido terminar siendo respetuoso con el
clásico. Por otra parte, lo intenta con una subtrama nueva, la del
escritor en la residencia, como figura refleja del propio F. Scott
Fitzgerald. Su tributo personal a un escritor dispuesto a
escribir la novela del siglo XX y que murió sin saber de sus logros.
Es cierto que el homenaje a veces cae en simplezas tales como las de
plasmar en pantalla bonitas caligrafías o tipografías clásicas,
más que en precisamente, buscar la esencia que hace de esta obra un
clásico. Tampoco podemos pedir tanto.
Lo que ha hecho Luhrmann es otro exceso
del Hollywood clásico. Planos imposibles, artificiales,
deslumbrantes. Una espectáculo en la línea de Moulin Rouge,
aunque lejos de su calidez y emoción. Momentos de aplauso como la
presentación de Gatsby; secuencias potentísimas como las de
carretera. Ha dado una gran fiesta que se celebra en cada sala de
cine. Luhrmann es al fin y al cabo un Jay Gatsby, dando fiestas llenas
de excesos y con un concepto romántico ingenuamente positivista;
alguien dispuesto a hacer cualquier trampa para conseguir su
objetivo, que persigue con verdadera fe.
Y por supuesto, una estupenda banda
sonora que aunque, en su mayor parte imita el toque de los años 20,
está compuesta por los reyes del mainstream actual. Muy buenos temas
como No Church in The Wild de Jay-Z y Kanye West;
la versión retro del Crazy in Love de Beyoncé o Lana del
Rey que suena varias veces en diferentes versiones. Todo encaja perfectamente en el frenético esplendor de la película. He echado en
falta a Lady Gaga, en la banda sonora y en escena.