Crítica de la película War Horse por Hypnos

El juego de las emociones


4/5
11/02/2012

Crítica de War Horse
por Hypnos



Carátula de la película El epílogo de la pre y post de War Horse podría ser algo así como "en el fondo es Spielberg". Con todo lo bueno y malo que puede conllevar esta afirmación. Empezando por lo bueno, y a pesar de que todo el envoltorio de esta película podía llevar a pensar en Disney, en Lassie, en cine de tarde, Spielberg es capaz de jugar con tus emociones como nadie. Si a Proust le bastaba el sabor de una magdalena para desatar un tormento de sensibilidades, de emoción y de pasado, Spielberg necesita poco más y uno se da cuenta que, casi sin darse cuenta, ha caído en la trampa emocional de Spielberg, una vez más, y no puede evitar mirar la pantalla con ojos de niño y encogido el alma. Eso es Spielberg. Esa es la materia de los sueños que algún día alguien le susurró al oído, como si fuera un elegido.

Ese es el fondo y la forma, como ya tuve ocasión de plantearme en la post de Munich, creo que a Spielberg le encanta en la forma jugar a ser muchos. Le gustó parecerse a Hitchcock en Munich; a Wilder en La terminal; incluso me atrevería a decir a ser Kubrick en Inteligencia Artificial; y en esta película, sobre todo en su primeros 45 minutos, hace todo un homenaje a John Ford, a El hombre tranquilo, a los verdes paisajes, a las comunidades que laten como una sola por los problemas de uno de sus miembros, a ese viejo e inmortal cine de buenos y malos rurales, a simpáticos borrachuzos y fanfarrones incorregibles. Lógicamente el juego de forma se queda en eso, pero sirve para atraparte y para prepararte ante lo que fue esa gran tragedia de la Primera Guerra Mundial y para utilizar al caballo como el macguffin y leitmotiv de diferentes historias y vivencias dentro de la Gran Guerra.

Impecable esa primera historia con el gran Benedict Cumberbatch encarnando el espíritu con el que británicos y franceses se lanzaron a la guerra contra Alemania, pensando en una rápida victoria y en un rápido reconocimiento de gloria. En esa última gran guerra en la que se luchó a la vieja usanza, con la caballería, a excepción hecha del inútil esfuerzo polaco al inicio de la Segunda Guerra Mundial cuando lanzaron a su caballería contra los panzer alemanes. Y ahí Spielberg empieza a regalarnos toda una serie de hallazgos visuales como ese montaje entre caballería cargando y plano de las ametralladoras y los caballos pasando sin jinetes. Antes nos había dejado ese otro hallazgo en el fundido entre la tela que está tejiendo Emily Watson y el campo que va a arar Albert.

La siguiente historia, la de David Kross y su hermano, es la que más me ha gustado. Esa historia de cariño fraternal cuando el mundo se estaba resquebrajando y esos dos planos maravillosos. El primero, contrapicado bajando la escalera del molino con "A mistake?; No, a promise"; y el segundo, ese planazo de fusilamiento tapado por las aspas del molino. Spielberg se crece y enlaza con la aparición de Emily a través del ojo del caballo para dar lugar a la historia quizá más floja y edulcorada, una especie de oasis en el desierto, con un autohomenaje de Spielberg en el momento de la colina con su La guerra de los mundos.

La película va ganando fuerza y matices y el canto se va rodando hasta llegar a ese momento de absoluta potencia visual como es el caballo saltando y brincando por las trincheras hasta terminar en tierra de nadie. Una auténtica gozada que da lugar a esa magnífica escena de bandera blanca y hermanamiento aunque sea momentáneo y de honor en una contienda que nunca había visto el deshonor que supuso la guerra de trincheras del frente francés.

Después la película se va desinflando hacia los convencionalismos de un final que no por más conocido y esperado es menos intenso. Spielberg termina con un pseudohomenaje crepuscular a Lo que el viento se llevó y se cierra una película que da mucho más de lo que parece a los que, como yo, osaron poner en duda el material Spielberg.

Merece que destaque en el lado negativo de este film esa dichosa manía que tiene Janusz Kaminski de iluminar y de quemar la luz que entra por las ventanas, que quizá podía tener algún sentido estético en Munich al estar homenajeando también al cine de los 70, pero que aquí sobra y chirría.




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