Crítica de la película Los limoneros por Keichi

Goliat contra David


3/5
27/09/2008

Crítica de Los limoneros
por Keichi



Carátula de la película El punto de partida de esta película no puede ser más revelador: Un campo de limoneros separa la nueva casa del Ministro de Defensa Israelí del territorio palestino. Por motivos de seguridad, los militares deciden arrancar todos los árboles, único sustento de la viuda que los cuida. Es la semilla de la discordia. ¿Otra película más sobre el conflicto palestino-israelí? No exactamente. Aunque su intención sea claramente simbólica -lo cierto es que el argumento encuentra su origen en una historia real- Lemon Tree no pretende hablarnos solamente de fronteras divisorias.

El director Eran Riklis ha decidido hacer uso de un desarrollo dramático salpicado con toques de humor. Estas pinceladas de ironía sirven para resaltar el sinsentido que parece empapar todo el asunto de los limoneros, tan absurdo como los tests que realiza desde su caseta de vigilancia el joven soldado raso. Mucho menos interesante resulta el relato de una batalla legal perdida de antemano. Lo que de verdad le interesa al director es hablarnos del conflicto político -de una manera un tanto maniquea, dicho sea de paso- pero también de sus personajes. De hecho, Lemon Tree es una película claramente dividida en dos mitades. No solamente se trata de una nueva referencia al muro o a las dos vidas que la alambrada separa, sino que el argumento trata de aunar su vocación crítica con otras historias más personales.

De una parte tenemos a Salma Zidane, interpretada por una madura pero atractiva Hiam Abbass. La actriz encarna a la perfección a una mujer que vive para sus limones, aún en la flor de la vida pero condenada al encierro y a la soledad. Enfrente de sus árboles se mudará el ministro (caricaturizado por Doron Tavory) y su esposa, a quien da vida Rona Lipaz-Michael. Las dos mujeres tienen más en común de lo que imaginan, aunque el acercamiento que mantienen a lo largo del film no está del todo bien llevado. La pretendida dualidad hace aguas por todas partes. En cuanto a la relación del matrimonio israelí, es completamente baladí. De hecho, el personaje del ministro y sus acompañantes están de más. Ni siquiera sirve como contrapunto cómico.

Cuando Salma conoce al abogado Ziad (Ali Suliman), surge entre ellos una tierna historia de amor, sin duda lo mejor que ofrece la película. ¡Qué bien están los dos actores en esas escenas de pasión contenida en que las miradas lo dicen todo! Curiosamente, nos interesa mucho más esta relación secreta que todo el resto de la película. La reducción del conflicto político a pequeña escala hace que el film sea fácil de ver, pero tampoco se olvida de soñar. En efecto, el director se toma muy de vez en cuando algunas licencias. Los recursos estéticos que salen a relucir entonces nos regalan momentos tan hermosos como los de la caída de los limones o esa luz que ilumina un primer beso. Pero, por desgracia, al final la realidad nos golpea con toda su crudeza.

Es precisamente el desequilibro de la balanza lo que resta muchos enteros al film. Que nadie se llame a engaño. La prioridad de la película es denunciar la construcción del muro de Cisjordania y como tal no puede ser amable. Avisa primero Salma cuando, al salir del juicio, declara que primero construyen el muro y luego le quitan los limoneros. Su abogado termina de sentenciar cuando se dirige a las cámaras - es decir, a nosotros- confesando que esto no es una película americana. Consecuentemente, el final no es feliz para nadie, ni siquiera para el malo de la historia. Esas imágenes del muro rodadas con cámara doméstica terminan de rubricar el mensaje y el desolador plano final cierra la tapa del ataúd. En ultima instancia, la película se traiciona a si misma y a sus personajes. Lástima que sus pretensiones políticas la condenen al fracaso.




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