Crítica de la película Los miserables por Iñaki Ortiz

Melodrama desatado


4/5
26/12/2012

Crítica de Los miserables
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Que un actor cante su diálogo no es algo precisamente natural. En mi opinión, cobra especial sentido cuando la música sirve para mostrar emociones desgarradoras y sentimientos intensos. Eso es lo que tenemos aquí, en dos horas y medias agotadoras de música y romanticismo desbocado. Morir por amor, morir por la libertad, morir por principios. Acciones sin medias tintas, honestidad frente a mezquindad. En definitiva, una historia extrema, desbordada de emociones explícitas, sin sutilezas ni moderación. Con un guión que no evita ser forzado para llegar a sus hitos, que no disimula imposibles amores a primera vista o la honradez más exagerada. El exceso es la nota dominante y por eso funciona esa música pasional, entre la tristeza, la épica, el valor y el amor.

Pero no basta con plantearlo en términos de romanticismo extremo, es necesario tener las bases para conseguirlo. La primera, la música. Apenas sobra ninguna de las canciones, no se aprecia agotamiento ni las típicas piezas de relleno -y eso que la película es larga. Melodías que entran muy bien a la primera y que están bien cuidadas en composiciones que juegan a varias voces. Un ejemplo de esto es el momento previo a las barricadas, la secuencia en paralelo de varios de los personajes principales, cantando cada uno su parte de la canción One day more. Musicalmente, uno de los momentos más brillantes de la película.

Después de las canciones, lo más importante son los intérpretes, y aquí se ha dado en el clavo. Hugh Jackman borda las canciones y consigue una intensidad impresionante, sobre todo en la primera parte, como preso con la condicional. Russell Crowe no tiene la misma capacidad vocal, está claro, pero una vez asumido esto, consigue a través de su carisma aportar chispa a sus intervenciones musicales. En general todos funcionan bien, pero hay un ángel que se eleva por encima de todos los demás: se llama Anne Hathaway. Su interpretación de I Dreamed a Dream, en una secuencia sin alardes -y sin (apenas) cortes- corta la respiración. La profunda tristeza que expresa con su canción, sus lágrimas y su voz temblorosa es de lo mejor que he visto este año. Una actriz que cada día sube enteros. Ayuda a estos grandes intérpretes el hecho de grabar las canciones en directo pues se convierten así en verdadero elemento dramático y no en simple adorno.

Tom Hooper, el director, se ha lucido. Sabe ser grandioso y exagerado, con megalómanos planos de masas, y sabe dejar el peso en los actores sin molestar, cuando es necesario. Como detalle, me gusta el montaje extremadamente fraccionado de los planos de transición, muy al estilo Nolan.

En definitiva, una película llena de excesos, dramáticos, visuales e interpretativos, en la línea del musical más melodramático. Habrá quien no tolere dos horas y media en ese tono. No es para cualquier espectador. Es para amantes del exceso.



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