Crítica de la película Mad Max: Furia en la carretera por Iñaki Ortiz

Ópera de acción postapocalíptica


5/5
18/05/2015

Crítica de Mad Max: Furia en la carretera
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película

Es demasiado pronto para decidir si la última entrega de Mad Max ha renovado el género, o en qué medida va a ser influyente, como lo fue en su día la segunda parte. Lo que sí está claro es que George Miller ha conducido una apoteósica ópera de acción postapocalíptica. Un espectáculo atronador, que juega con personajes arquetípicos, y con simbología icónica. Es, sobre todo, una de las películas de acción más frenética y directa de los últimos años. Una explosión de pura adrenalina que está cerca del musical, tanto por su poderosa banda sonora como por el espíritu esperpéntico, desprejuiciado que mezcla humor y oscuridad a partes iguales. Y sorprendentemente -aunque ya estábamos avisados- es una película feminista y es un Mad Max en el que Max no es el protagonista.

Intro Mad Max

La escena inicial nos introduce de lleno en el mundo solitario y de locura de un Max más afectado que nunca. La fotografía asfixiante y su monólogo oscuro nos acerca a niveles del mismísimo Riddick -casi parece otro planeta. Y sin parar, entramos ya en la primera persecución frenética, que además nos sirve para presentar el nuevo entorno. No tarda en llegar el inicio del segundo acto, ya con el personaje de Charlize Theron, carismática heroína, iniciando una caravana de acción imparable que, salvo el descanso al otro lado, no deja de ser acción trepidante sobre ruedas. Tanto el personaje de ella como el de Max -un Tom Hardy más humano aunque menos potente que el viejo Mel Gibson- tienen cierta evolución y hay una interesante relación entre ellos. Esto nos llevaría a compararla con la primera entrega, donde había una evolución dramática más desarrollada, aunque con la ventaja de tener una estructura mucho más sólida y pulida, en la línea de la sencillez de la segunda parte. Los elementos más chocantes y ambiciosos desde el punto de vista del universo, la acercarían más a la terrible tercera entrega.

Comentaba en mi artículo sobre las tres primeras partes, como influencia, Los coches que devoraron Paris, de Peter Weir. Aunque argumentalmente estamos ya mucho más lejos que en la primera parte, creo que no es casualidad encontrarnos esos pequeños coches erizo tan similares a los de aquella película. Miller ha conseguido mantener esa seña de identidad tan centrada en el motor, al tiempo que plantea una distopía apocalíptica mucho más desarrollada y extrema.

Los coches que devoraron Paris VS Mad Max Fury Road

 

Después del apocalipsis

El mundo de Mad Max, especialmente a partir de la segunda entrega, es un planeta agonizante, sin recursos. En aquella, teníamos pequeños reductos de nuevas sociedades, mientras que en la tercera ya había una nueva organización social, en forma de ciudades primigenias. Ahora, ya hay una relación entre núcleos de población con diferentes funcionalidades, que sirve como alegoría de nuestro mundo. Por un lado, la granja de balas, que representa de manera obvia al poder de la guerra. Su líder está caracterizado con una peluca de balas que imita a la de un juez, en referencia a que la justicia la imparte quien tiene el poder de la fuerza. Para rematar la figura, el personaje queda ciego y se convierte en una figura aplastante de la ley, que además nos lleva a uno de los momentos más operísticos de la película. Matar ante todo.

The Bullet Farmer

Por otro lado, el petróleo. La fuente de energía que ha sido el motor de la saga, es una referencia clara al poder económico de las petroleras. Así, aunque el líder lleva un grotesco colgante pinzado a sus pezones, propio de la ambientación salvaje de la película, lleva también una americana que le da el toque de gris hombre de negocios, en un contraste delirante. Esta vez hay un elemento nuevo, el agua. Ya asomaba levemente en la tercera entrega, donde se explicaba que, en su mayor parte estaba radioactiva. Sin embargo, no se había llegado a explicar de donde salía un bien aparentemente tan escaso y al mismo tiempo tan básico. No importaba. Immortan Joe, el gran villano, que está interpretado por el mismo actor que el villano de la primera entrega, Hugh Keays-Byrne, se erige así en una especie de líder divino, que controla toda la fuente de vida: el agua y a las reproductoras. Este aspecto religioso que representa, se acentúa con la mística del guerrero buscando la muerte, con un ritual de por medio. El fundamentalismo al servicio de la guerra.

Por supuesto, su uso del agua es tiránico y nada eficiente. Se abre así un espacio para hablar de ecologismo y de vida, que en las entregas de principios de los ochenta no aparecía, más interesadas en una mitología del motor, del combustible y de la tecnología predigital. Por decirlo así, se ha refinado el dieselpunk, en un nuevo estilo que incluye elementos tan propios del postcyberpunk como son las semillas o el bienestar social.

Guitarra en llamas

A pesar de este refinamiento, y de que, ciertamente, se hayan suavizado -incluso feminizado- algunos aspectos, Mad Max no pierde la crudeza que le caracteriza y el gusto por lo grotesco, muy por encima del realismo o la coherencia. El ya archicomentado personaje de la guitarra eléctrica con lanzallamas, trasunto de los apoyos musicales de las viejas guerras (desde la percusión de galeras hasta la trompeta de la caballería), está convertido en un espectáculo esperpéntico, como decía, operístico, con esos grandes altavoces. La música, así, juega a ser diegética, aunque en realidad, la apoteósica banda sonora de Junkie XL esté a tantas revoluciones que apenas podamos considerarla así. Sería, en todo caso, un fastuoso concierto de rock duro en carretera.

La “bolsa de sangre” que deshumaniza completamente a los esclavos, en esa sociedad dominada por el fundamentalismo místico, y el uso grotesco que se hace de ella en plena batalla. Y sobre todo, la degradación humana, reflejo de la degradación del planeta, algo que hasta ahora habíamos visto en la saga como degradación de valores, pero que ahora ya lo vemos de una manera mucho más íntima en la degeneración de los cuerpos. Las pústulas imposibles del villano, los soldados dañados genéticamente. Mad Max Fury Road habla de muerte constantemente. De vidas podridas que aceptan la muerte como algo inminente y disfrutan de ello. Al mismo tiempo, es la epopeya de una lucha por la vida. Por la supervivencia personal y por la preservación de la especie.

 

Feminismo

Imperator Furiosa Charlize Theron

Resulta evidente que el personaje masculino que nada menos que da título a la película, es eclipsado por el de Imperator Furiosa, personaje de mujer fuerte que lucha de tú a tú contra los hombres, que no solo sostiene la trama sino que tiene más líneas de diálogo que él. Por supuesto, pasa el test de Bechdel sobradamente. Desgraciadamente, solo esto, hoy en día, en una superproducción, ya es algo que puede llamarnos la atención. Pero hay mucho más. El feminismo es uno de los temas de la película, y de hecho, el director pidió consejo a la feminista Eve Ensler. Hay que decir que quedó contenta con el resultado. Más que un mensaje de la película, que también, el feminismo es un elemento que se trata de una manera representativa, como la ecología o los núcleos de poder. Un signo claro de la importancia que toma el bienestar social que asoma por encima del dieselpunk, que comentaba antes.

Es bastante explícito. El centro de la trama es la emancipación de la mujer respecto a un marido/amo tirano que la usa como máquina de procreación. El heteropatriarcado se queda corto para definir esa sociedad distópica. Ellas, las madres, representan la vida; ellos, los guerreros, representan la muerte, la destrucción, la represión. Se suceden frases explícitas como “no somos cosas” o su negación ante quitar una vida. Se contrapone el vientre embarazado, al descubierto, ante las balas. Immortal Joe afirma que ese hijo es de su propiedad. Y por supuesto, esa utopía amazónica, de la que quedan ancianas -que por muchas arrugas que tengan, representan la salud mucho más que los jóvenes de la ciudad. Ancianas que preservan la naturaleza con sus semillas y que ofrecen una bala por cada hombre, y es que aquí todo está llevado al extremo esperpéntico, el feminismo también. El hombre se ha cargado el mundo. Las bellas reproductoras parecen sacadas de un cuadro simbólico que represente la vida, la salud, la maternidad. Su imagen y sus actos están plenamente justificados en la historia, pero no por ello deja de ser paradójico que en una obra feminista tengamos a unas mujeres -algunas de ellas han sido top models- paseándose ligeras de ropa durante toda la película.

Las madres del futuro

 



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