Crítica de la película Donde Viven Los Monstruos por Iñaki Ortiz

Proceso interior


4/5
08/01/2010

Crítica de Donde Viven Los Monstruos
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Muchas películas juegan con dos niveles, el primero, el de la trama explícita y visible; el segundo a un nivel metafórico, que requiere una interpretación. Habitualmente es exigible que, por mucho valor que pueda tener este segundo nivel, el primero cumpla unos mínimos aceptables que le doten de cierta autonomía: que se pueda disfrutar de la película incluso sólo a ese nivel. Sin embargo, ocasionalmente se dan algunas excepciones, especialmente cuando ese segundo nivel contiene la clave de la trama. Ocurría con la extraña The Fall de Tarsem (precisamente Spike Jonze presentaba aquella película) y con la interesante Tránsito de Marc Forster, que como esta, representaba metafóricamente un proceso mental. Lo que interesa en la película es la transición del niño protagonista hacia un paso más de madurez, de la incapacidad de controlar sus impulsos más salvajes a un nuevo estado donde será capaz de relacionarse socialmente.

En la medida que interpretamos el proceso interno que sucede en la mente del joven protagonista, la película se muestra rica, interesante y pide nuevos visionados. Si perdemos este horizonte, sólo podemos ver un cuento de niños, un primer nivel que puede resultar insulso para un adulto. Parte del mérito de esta película es que un niño puede disfrutar de ella asimilando al mismo tiempo el fondo de una manera inconsciente, sin racionalizarlo. Por ello, pienso en ella como una película idónea para el crecimiento personal y cinematográfico de los más pequeños. Normalmente lo que un guionista considera "una película para niños" no es más que un guión con criterios de calidad mucho más débiles que aglutina una serie de temáticas supuestamente interesantes y cercanas para el niño. Sin embargo, Donde viven los monstruos, ofrece una historia profunda en un lenguaje sorprendentemente en sintonía con la mente infantil. Gran mérito de Dave Eggers que además ha sacado material de donde apenas había, manteniendo, eso sí, la esencia.

En cuanto al público adulto, no sólo puede disfrutar de esa segunda lectura, sino también de una exquisita estética y puesta en escena. Desde la primera secuencia, que aparece brusca tras unos logos adaptados, con el crío corriendo por la casa, Jonze nos sumerge en una atmósfera realista tan deliciosamente descuidada que rivaliza con la tecnología 3D en inmersión, aunque por el camino contrario. Las imágenes con los monstruos siguen manteniendo ese realismo (asombroso en el caso de los personajes ficticios) donde las piedras chocan a nuestro alrededor. Además se consiguen planos bellísimos en parajes emblemáticos. Una obra completa que funciona más que nunca como un producto para todos los públicos.



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