Crítica de la película Moonrise Kingdom por Iñaki Ortiz

Wes Anderson para todos


5/5
18/06/2012

Crítica de Moonrise Kingdom
por Iñaki Ortiz



Carátula de la película Wes Anderson nos regala otro de sus inconfundibles trabajos estilizados, con una forma de rodar tan personal como reconocible. Con esos travelings laterales, casi siempre en gran angular que va transformando el escenario a saltos, y que en ocasiones nos sorprende con un elemento apareciendo en primer plano. Los paneos de 90º exactos que vuelve a cambiar el escenario -y la escena. Imágenes naif, con grandes carteles y edificios icónicos, letras infantiles, mapas salidos de la imaginación de un niño más que de la mano de un cartógrafo.

Visto en perspectiva, la decisión del director, en su anterior película, de abordar la animación no se alejaba demasiado de su cine. Lo podemos comprobar en los amagos de stop-motion en la ruta que se traza sobre el mapa. En la imagen de cómic que resulta de los protagonistas colgando de la torre sobre la noche. Los personajes caracterizados y vestidos - si no disfrazados - casi como un dibujo carismático de Hanna-Barbera en los 70. También el argumento es muy suyo, con esos chavales tan artificialmente adultos, conspiradores y ambiciosos (quizá en unos años ingresen en Rushmore).

Todos estos rasgos se mantienen para regocijo de los fans (entre los que me encuentro sin atenuantes), pero también se percibe un cambio en su cine, un cierto descenso de esa nube de estética cool exquisita, para rodar de un modo más físico, más terrenal, ensuciando la textura de la imagen, aportando la nostalgia de unas imágenes que en ocasiones parecen salidas de un Super-8, por su color desviado, su ocasional grano y por algunos puntos de vista demasiado evidentes. Compensa las excentricidades con buenas dosis de romanticismo sincero y drama en su justa medida. Se puede decir que es un Wes Anderson más abierto. También se acerca más a la influencia del cine francés de los 60 y 70, algo que siempre había estado presente de una manera más sutil en su filmografía. Quizá con la separación de su coguionista habitual, Noah Baumbach (quien después por su cuenta rodara un homenaje de lo más explícito a Rohmer con Margot y la boda) podríamos pensar que la influencia iba a ir a menos. Al contrario, y no sólo por la explícita inclusión de música francesa (cosa que ya ocurría en anteriores títulos), sino por el tratamiento del drama romántico tan característico. Su segunda colaboración con el compositor (también francés) Alexandre Desplat, se vuelve a confirmar como un enorme acierto (para ambos).

La película pasa en un suspiro, y uno se queda con ganas de ver más de ese repartazo. Anderson elige actores que no sólo son eficientes, sino que tienen esa personalidad que hace que siempre los agradezcamos en pantalla: Edward Norton, Bill Murray y un Bruce Willis en su especialdidad: la de tutor infantil. Anderson consigue ser fiel a su estilo y deleitar a quienes lo admiramos, construyendo al mismo tiempo una historia más explícitamente emotiva (en otras ocasiones, sus emociones se esconden detrás de un gesto cínico o una mirada fría) que consigue que la gran mayoría del público le aplauda convencida.



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