¿Hasta qué punto conocemos los secretos de nuestras parejas? ¿Es posible amar a dos personas por igual? ¿Se puede perdonar o incluso comprender una infidelidad? Estas preguntas sobrevuelan constantemente la última película de Peter Eyre, un trabajo que aborda una temática explotada hasta la saciedad por el cine como lo es la de los triángulos amorosos. Peter y Lisa forman un matrimonio estable y bien posicionado hasta que un día ella desaparece, aunque no nos dicen en qué sentido. Su marido comienza entonces a investigar en qué ocupaba el tiempo su esposa cuando estaba de viaje. La sospecha termina por convertirse en obsesión vengativa cuando descubre unas fotos que le llevan a buscar al amante de su mujer.
El relato del escritor Bernhard Schlink en que se basa esta película está plagado de tópicos aunque, en honor a la verdad, quizás el título de esta poscrítica no sea del todo justo. En efecto, The other man contiene algún que otro giro argumental interesante que ayuda a conservar el escaso suspense de la propuesta. Mantener la incógnita de si la mujer ha muerto o desaparecido funciona bastante bien. Lo mismo ocurre con la vida secreta de Ralph. No tanto con el desenlace. No solo es que sea previsible, es que tras asistir a un desarrollo de los personajes que brilla por su ausencia deviene absurdo. Por mucho que se piense, la aceptación silenciosa de la aventura de su difunta mujer en la fiesta es bochornosa.
Dejando a un lado la tipicidad de su argumento, quizás el defecto más insalvable de The other man sean sus puntos de partida no desarrollados. ¿De qué sirve meter ese diálogo inicial en el restaurante si no llegamos a entender las motivaciones de la infidelidad? No hay tesis alguna sobre la naturaleza del amor. Otro ejemplo: ¿Para qué insistir en esa escena final en la reconciliación entre padre e hija si no se nos explica el por qué de su distanciamiento? Todo es terriblemente conservador.
Las actuaciones de los dos protagonistas principales son algo esperpénticas. No es que sean malos profesionales -su fama les precede- sino que se ven forzados a interpretar a unos personajes que no tienen ni pies ni cabeza. Liam Neeson se dedica a poner cara de no comprender nada y dar algún que otro puñetazo sobre la mesa de vez en cuando. Más juego da Antonio Banderas, que aunque tiene que ceder a la excentricidad de Ralph y gesticular en exceso, logra plasmar a la perfección el patetismo del personaje. En cualquier caso, hablar de duelo interpretativo es un insulto a la inteligencia del espectador. Laura Linney cumple con sus escasas apariciones. Lo mismo ocurre con Romola Garay, cuyo papel debiera estar más explotado.
No se puede negar que la película es elegante. Quizás demasiado. Incluso las fotografías eróticas que Peter encuentra en el ordenador de Lisa parecen rodeadas de una iluminación de ensueño propia del mundo de la moda. No es nada casual. Esta estética de pasarela sienta de maravilla al Milán de la película, a las simbólicas partidas de ajedrez y al estilo narrativo del director, pero no sirve para mostrarnos su lado oscuro. Como era de esperar, Peter Eyre firma un trabajo de dirección muy académico que nos ofrece ciertos planos interesantes, como la escena inicial del lago. Lo mismo puede decirse de la fotografía y la música de Stephen Warbeck, de corte clásico.
Sería injusto restar enteros a esta película por tratarse de una gran producción. Para más de un espectador puede tener su interés, aunque los más avezados en esto del cine se sentirán decepcionados. Se agradece no obstante que el director no se detenga demasiado en los detalles y el ritmo sea lo más ágil posible. Desgraciadamente, aunque no llegue a aburrir, The other man es un trabajo fácilmente olvidable. Además de aportar muy poco, tampoco desarrolla adecuadamente sus premisas iniciales. Muy justita.