Cannes: La poesía de Jarmusch y la metaliteratura de Larraín


18 de Mayo de 2016
por Precríticas

Por Ricardo Fernández

Sección a concurso



Loving

Loving de Jeff Nichols

Jeff Nichols es un director con voz propia. Un director joven, no ha cumplido los 40 aún, que ya ha tenido tiempo de triunfar en la Semana de la crítica, competir en la Berlinale -Midnight special- y pelear dos veces por la Palma de Oro -Mud y Loving-. jugando con los géneros, reinventando las reglas y radiografiando por el camino el Sur más rural de los Estados Unidos.

Con Loving, basada en una historia real de un matrimonio interracial prohibido y condenado en el estado de Virgina en los años 60, Nichols nos entrega su película más convencional, su descarado asalto a la industria. ¿Eso quiere decir que Nichols ha perdido su esencia? ¿Qué Nichols ha optado por lo fácil? En absoluto. Aunque el argumento daba para construir un sentido telefilm, Nichols no cae en las trampas y los recursos fáciles del género. No hay el típico vecino racista malvado, no hay escenas que buscan atacar el lacrimal del espectador. Tampoco hay emotivos discursos frente a un estrado o se fuerza la situación familiar y las desgracias. No, Nichols sigue radiografiando Estados Unidos con precisión, pero esta vez desde la sobriedad y la contención.

Sus dos protagonistas, Joel Edgerton y Ruth Negga, están extraordinarios, sobre todo él, que realiza un trabajo sutil de estoicismo que mantiene la película en sus momentos más bajos. Porque no, Loving no es redonda, tras un buen inicio, tras ser presentado el entorno, la situación y los personajes, Loving se atasca y el tono grandilocuente de Nichols no ayuda ni aporta a un guión que no da más de si en esos instantes. Por suerte, poco a poco la película va encontrando el rumbo, se centra en la actitud de los protagonistas frente al problema, sin histrionismos ni subrayados, y remonta para alcanzar un nivel notable en su final.

Es Nichols presentando su candidatura al Oscar. Ya lo hizo Spielberg (con quien tanto se le ha comparado) con El color púrpura o Steve McQueen con Doce años de esclavitud. Aunque esta no será la mejor película del año, ojalá la película que gane el Oscar tenga tanto nivel como esta.


 

American honey

Andrea Arnold vuelve a dirigir una película de cine tras su personal visión de Cumbres borrascosas en el año 2011. Si en Fish tank (2009) se centró en una joven problemática de clase baja de Essex (rodando de paso la película que hace años que Ken Loach ya no es capaz de rodar), en American Honey cruza el charco y se centra en una joven estadounidense que, sin dinero ni futuro, se une a un grupo de vendedores ambulantes de revistas, todos balas perdidas como ella, que viven como nómadas recorriendo el medioeste americano bajo la dirección de una peculiar pareja.

Andrea Arnold tiene gran talento para rodar algunas escenas llenas de fuerza con gran importancia de la música y la interacción de los personajes con ella. Los chavales cantan, bailan, saltan, se pelean, follan, a ritmo de rock, rap y electrónica. Una por una las escenas, aunque utilizan recursos bastante manidos, resultan incuestionables pero el conjunto, ¡ay el conjunto!, dura 2 horas 42 minutos y resulta a todas luces excesivo. Sobre todo porque, contagiada por el futuro que les espera a esos jóvenes, la película vaga sin rumbo, exactamente como sus protagonistas. La película presenta todo lo que tiene que presentar en su primer tercio y a partir de ahí muy poca cosa nueva. Es coherente con el mensaje que quiere transmitir, una generación perdida que no va a ningún lado, y a lo largo de su largo metraje tiene tiempo para mostrar la cara más oscura de los Estados Unidos, desde la explotación laboral, a la medioambiental pasando por diferentes personalidades muy reconocibles. Pero un poco, bastante, tijera le hubiera ido muy pero que muy bien.

 

Paterson

Jim Jarmusch presenta dos películas en Cannes, las dos producidas por Amazon. Un director tan veterano, bandera del independentismo y la libertad creativa, vuelve a estar donde hay que estar en este momento de cambio de status quo en la industria. Amazon, el gigante de Internet, ya no es un ejemplo del futuro del cine, es el mismísimo presente.

Además, Jarmusch no está ahí, aquí, en Cannes, por quién fue, está porque aún tiene cosas que decir, ¡y de que manera! Sólo alguien como él es capaz de atreverse a articular una película, en fondo y forma, en torno a la poesía. Además, a diferencia de otras películas suyas, empezando por la anterior, la magnífica Sólo los amantes sobreviven, en esta no hay rastro de elitismo, de snobismo, de superioridad intelectual. Paterson, el protagonista, es un conductor de autobús en la ciudad de Paterson (en el estado de Nueva Jersey). En sus ratos libres escribe poesías en un cuaderno que lleva siempre contigo. La ciudad que le rodea, la gente, las cosas, los paisajes, son su inspiración.

Jarmusch estructura su película como una poesía. Vemos a Paterson repetir cada día las mismas rutinas y Jarmusch afronta cada día de la misma manera que el anterior, pero introduciendo pequeñas variaciones. Dándoles ritmo, avanzando en lo que quiere decir, como los versos de un poema. Un poema de los que le gustan a Paterson, como los que escribe Paterson, de los que no riman al final, pero tiene rimas internas.

Jarmusch lo afronta con cercanía y naturalidad, haciendo realistas y creíbles tanto algunas situaciones como algunos personajes estrambóticos. No sólo lo hace con naturalidad, también lo hace con respeto y con ternura. La poesía, las referencias culturales, no resultan algo lejano, algo prácticamente inalcanzable sólo a la altura de los eruditos. Todo lo contrario, se muestran como algo cotidiano, que nace del mismo lugar en el que pasan las cosas más mundanas y está al alcance de quien quiera estirar la mano.

Adam Driver (Driver es el conductor ¿otra rima interna, una broma o una coincidencia?) realiza un trabajo exquisito. Seguramente siempre sea el actor de Star Wars, Kylo Ren, el nuevo Darth Vader pero para mi, para muchos, será el conductor de autobuses que convertía la realidad en poesía.

Paterson 

 

Ma’ Rosa

Brillante Mendoza vuelva a la sección oficial de Cannes tras su paso el año pasado por Un certain regard con Taklub. En Ma’ Rosa cuenta la historia de un matrimonio que es detenido por traficar con drogas desde su puesto callejero de venta de caramelos. A partir de ahí Brillante Mendoza se sumerge en la corrupción policial, institucional y social de Filipinas. En como la propia estructura social hace difícil salir de la siniestra hoja de ruta que parece marcada al nacer en según que ambientes.

Sin embargo, Ma’ Rosa resulta decepcionante y a Brillante Mendoza se le va escapando de las manos hasta que la pierde. En su primera parte avanza rápida, con ese estilo tan característico de cámara en mano, nerviosa, que le acerca al documental y trata de otorgar realismo a la situación. Nada nuevo, no especialmente brillante ejecutado, pero una acertada elección que sirve para contar una primera parte que tampoco cuenta nada nuevo, ni especialmente bien contado; pero que resulta interesante y nunca está de más recordar.

El problema viene en su último tercio, cuando Brillante Mendoza parece olvidarse de que está contando y de quienes son su protagonistas. La cámara y el guión se entretienen siguiendo a personajes y situaciones que no aportan nada a la película y eso, a estas alturas de la película, es un lastre demasiado pesado. En su mejores momentos Ma’ Rosa es interesante, pero está lejos de ser el mejor Mendoza, y eso no es suficiente para aguantar el lastre del final de la película.

 

Quincena de Realizadores



Neruda

Neruda de Larraín

El director de El club, flamante ganadora del Gran Flipesci de Oro 2016, vuelve en “Neruda” a hacer pivotar la historia sobre la importancia del mensaje. El cómo se dice por encima del qué se dice. La apariencia por encima de la realidad. Si en “No” lo que se trataba era de aplicar técnicas publicitarias a un mensaje político -tan de moda en la España actual, por cierto- en Neruda es utilizar el magnetismo de lo poético con fines políticos. El mensaje es mucho más emotivo cuando se dice, se declama, con “voz de poeta”.

Para eso Larraín construye un más que interesante juego metaliterario en el que ficción y realidad se entremezclan y confunden, tanto para el espectador como para los protagonistas de la película. Un héroe sólo tiene sentido si pelea contra un villano, un perseguido sólo existe si existe un perseguidor, y viceversa. Un juego en el que los dos bandos se necesitan y se retroalimentan, perdiéndose por el camino los ideales que los motivaron en un principio.

Larraín dispara con bala en ambos sentidos. A la derecha poniendo sobre la mesa algunos hechos históricos conocidos -en los momentos más realistas de la película- a la izquierda burlándose de los burgueses millonarios de piel fina. Hay humor, hay historia, hay cinismo, hay un interesante juego artístico… lástima que Larraín se recree tanto en su juego, forzándolo demasiado y retorciéndolo hasta que pierde el rumbo. Da la sensación de que llega un momento en el que no sabe cómo cerrar la historia y termina por alargar innecesariamente la película. Quizá Larraín no esté tan acertado como en sus dos anteriores películas, pero sigue siendo un director tan interesante como valiente y “Neruda” es una película en la que sus numerosos aciertos brillan con muchas más fuerza que sus errores.

 

Semana de la crítica



Mimosas

Mimosas es, en palabras de su director Oliver Laxe, un western religioso. Podría decirse, también, que es una road-trip espiritual. Una película difícil de clasificar, en cualquier caso. Hay desiertos, hay cierto grado de aventuras, hay referencias explícitas a la religión, hay metáforas sobre la Fe -en un sentido amplio- y hay viajes, en plural. Hay un viaje físico -el de unos hombres transportando un cadáver a través de unas montañas-, un viaje espiritual y hasta un viaje en el tiempo. En todos ellos, sobre todo en los dos primeros, los protagonistas buscan una luz, un guía, que les guíe por el camino correcto. El que lleva al pueblo, el que lleva a comportarse de manera luminosa y no oscura. No caer en el lado oscuro, que diría un Jedi.

Mimosas juega con la belleza de los lugares, la grandiosidad del entorno y construye una serie de imágenes tan sugerentes como hermosas. Es una película que, como la Fe, exige al espectador que trate de creer que le va a llevar a algún sitio, que tenga paciencia. Por momentos pide demasiado, pero en otros el esfuerzo merece la pena.

Oliver Laxe ha vuelto con esta película a la Semana de la Crítica, su anterior presencia se saldó con un premio FIPRESCI. Sin embargo eso no ha evitado que esta película haya necesitado seis años para salir a la luz. Es difícil encontrar financiación para un proyecto tan personal y arriesgado como este; pero Oliver Laxe ha demostrado tener voz propia, estilo y talento como para que merezca la pena que siga buscando su propio camino.





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