EL CINE DE HANEKE: "El séptimo continente"


09 de Mayo de 2013
por Hypnos

haneke

Hoy se ha hecho público que Michael Haneke ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Sin ninguna duda se trata de una noticia fabulosa y, hablando sobre premios, un dardo en el blanco. Merecídisimo y digno de aplauso.

No es mi intención hacer una descripción de méritos y de corte biográfico de este director al que le llueven siempre los mismos adjetivos de turbador, desasosegante, poeta de la violencia y demás que pululan en los miles de artículos, noticias y post que circulan por la red.

Quiero aprovechar una noticia tan buena como ocasión para rendir homenaje a un cineasta como Haneke, donde se debe, en la arena de sus películas. De ahí que me lance a inaugurar un ambicioso proyecto que tratará de analizar cada una de las películas del genio muniqués, empezando por El séptimo continente.

Sin duda, una magnífica ocasión de ahondar en una figura que, desgraciadamente, antes de relumbrón de este premio quedaría en la cara oculta del conocimiento.

Michael Haneke rueda El séptimo continente en 1989, siendo la ópera prima del realizador alemán Michael Haneke y que puede encontrarse en una magnífica edición de Cameo, junto a su segunda y tercera película, El vídeo de Benny y 71 fragmentos de una cronología al azar.

Resulta una primera obra clave para entender la filmografía de Haneke, habida cuenta que en El séptimo continente ya se postulan la mayor parte de los axiomas cinematográficos de Haneke.

septimo continente

El director muniqués parte de un hecho real para entrar a analizar las causas del mismo. Una pequeña noticia dentro de los sucesos del periódico le sirve a Haneke para realizar la primera de sus disecciones a la sociedad aburguesada, sea cual sea la nacionalidad de ésta. Tal y como señala el propio Haneke en la entrevista que se puede encontrar como extra en la edición de referencia, esta película se puede entender desde cualquier sociedad desarrollada. No trata los problemas de una sociedad tercermundista, sino los de una concreta sociedad desarrollada, burguesa, en el que el problema no es tanto satisfacer los instintos más básicos y elementales del ser humano, sino interiorizar una vida no vivida a través de una repetición mecánica de actos, en otras palabras la rutina.

El análisis de Haneke es preciso en este sentido, pero no localista como se encarga de matizar, ya que al igual que en la mayor parte de su filmografía no trata de contar una historia local, excepción quizá hecha, curiosamente, de La cinta blanca, ganadora de la Palma de Oro en Cannes. Haneke utiliza un guión de ritmo muy marcado y pausado para mostrarnos la rutina que invade a los personajes, con una cámara más preocupada por el acto en sí que por los ejecutores de los mismos, abandonándolos de plano; para volver sobre dichos planos en la parte final del film.

Como sucede habitualmente en las películas de Haneke, el simbolismo está omnipresente, encargándose de dotar a los personajes principales de una atmósfera desasosegante, cargada, muy cerrada, casi claustrofóbica, desde el arranque en un túnel de lavado, y amparada en una fotografía casi metálica en la que abundan los grises y los blancos. Un aislamiento que poco a poco va tejiendo hasta llegar a un sublime plano en el que el protagonista habla con el mundo exterior que se representa a través de unos cristales traslúcidos.

En este sentido, en una especie de bucle, la manera en que se constriñe el ámbito espacial de la película entronca perfectamente con Amour, la última película de Michael Haneke,donde el espacio exterior desaparece para volvernos a mostrar una historia que tiende a implotar en la opresión más absoluta de los personajes.

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Otro elemento que puede sorprender de esta primera película, que como repito es un magnífico ejemplo de síntesis futura y casi precrítica de los valores cinematográficos que Haneke pretende experimentar a lo largo de sus restantes películas, es la ausencia del elemento exterior y ajeno, quizá sea por ello la película más asfixiante de Haneke, por su premisa, por su desarrollo, por esa desazón que brota del interior de los personajes, sin la súbita aparición exterior  y causa habitual del resto de su filmografía.

Una muy interesante película, con la que obtuvo un premio menor en el Festival de Locarno y, lo más importante, le abrió por vez primera las puertas del Festival de Cine de Cannes, que justamente veinte años después le correspondió con su máximo galardón: la Palma de Oro.

Por último, no quiero dejar de destacar el asombroso parecido que la actriz protagonista, Birgit Doll, tiene con Juliette Binoche, actriz con la que Haneke ha trabajado en Código Desconocido y Caché





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