Punch-Drunk Love: Here we go!


28 de Junio de 2012
por Romulo

Festival de San Sebastián > Ciclo: La nueva comedia americana.

Tras Magnolia, drama coral en el que Paul Thomas Anderson daba rienda suelta a su vertiente más Robert Altman (que a su vez sucedía a su parte más Scorsese, más lúdica y vertiginosa, en Boogie Nights), el director de Pozos de ambición presentó con Punch-Drunk Love lo que parecía un esfuerzo más que consciente de confirmación de autoría, de consolidación de una voz propia, la de un narrador con una personalidad marcada a fuego por encima de las influencias ya asimiladas y sobreexplotadas en películas anteriores.

Punch-Drunk Love 2

Algo de comedia, sutil y oscura, había en Boogie nights, pero realmente Punch-Drunk Love es la única comedia como tal de P.T. Anderson, si bien su tono absurdo (casi constantemente) y la mala baba que asoma también casi de continuo hacen que las lecturas puedan ser muchas, más allá del aire de comedia romántica que en ocasiones parece intentar no olvidar la propia película.

Barry, el antipático protagonista interpretado por Adam Sandler, es un personaje cargado de ira reprimida, rabia que solo en ocasiones puntuales va dejando escapar y, casi siempre, por las más nimias tonterías y rara vez cuando realmente merecería la pena hacerlo. Aunque pueda parecer una comparación forzada, a primera vista, no está tan lejos de la rabia y el individualismo de, por ejemplo, el protagonista de la siguiente película de Anderson, Pozos de ambición.

Punch-Drunk Love 1

La película presenta un tema, quizá también de forma colateral, que hemos visto en otras películas de su misma generación: La de un hombre criado en un entorno de mujeres dominantes e incapaz, ya en edad adulta, de relacionarse correctamente con el mundo exterior por iniciativa propia; ni que decir tiene que, mucho menos aún, con las mujeres que va encontrando en su vida -representadas en este caso por el personaje interpretado por Emily Watson. De hecho, es ella quien tiene que poner absolutamente todo de su parte para ir haciendo posible el camino que les va acercando, hasta que finalmente Barry se lanza a hacer ese viaje a Hawaii (colección de natillas mediante...), a dar ese paso que faltaba: justo el que tiene que dar él, inevitablemente.

La incapacidad, la incomunicación, la ira retenida que escapa a borbotones en momentos a menudo injustificados, el caos vital de Barry. Todos estos temas y emociones los representa Paul Thomas Anderson a través de una puesta en escena en tonos fríos, blancos, grises, azules (como el traje que escena tras escena viste Adam Sandler). La pianola, los tonos rojos del vestuario de ella -primero más morado, cuando aún son dos mutuos desconocidos-, incluso imágenes abstractas cargadas de colores van invadiendo la película según el amor aparece y convierte los miedos de Barry en algo impensable: decisión y fuerza de voluntad.

Punch-Drunk Love 4

Algo similar hace con la banda sonora, donde ruidos de todo tipo (desde sonidos diegéticos hasta la propia partitura de Jon Brion) taladran el cerebro del espectador igual que los miedos, fobias, complejos y recuedos taladran el de Barry. Pero con ella, con Lena, llega esa melodía tan del estilo de Brion (compositor también de otro comedia romántica clave y diferente: Olvídate de mí), que va ganando presencia hasta triunfar definitivamente sobre el caos percusivo inicial ya en el tramo final: Here we go!

El modo casi infantil, ese entusiasmo juvenil con el que Barry descubre el amor y descubre lo que ese amor le está haciendo descubrir también en su propia persona no se ejemplifica solo con el viaje a Hawaii, físicamente como tal, si no con el inesperado acierto de apoyar toda esa larga secuencia con el tan naïf He needs me que cantaba Shelley Duvall en el Popeye de Robert Altman. La indefinible y agudísima voz de Duvall explica casi mejor que las propias imágenes el éxtasis, el brío y el pulso acelerado de Barry según va estando más y más cerca de Hawaii y, por lo tanto, de reencontrarse con Lena.

Punch-Drunk Love 3

Punch-Drunk Love no es una película representativa del ciclo organizado por el Zinemaldi, para nada. No es una comedia americana al uso, no es una comedia romántica al uso, en general no es una comedia al uso. Es uno más de los experimentos recientes de un cineasta muy sólido, uno de esos pocos nombres propios que aportan un valor brutal, película a película, al nuevo Cine norteamericano. Pero aunque sea extraño disfrutarla en un ciclo que también recoge Los incorregibles albóndigas, me alegro de poder verla en pantalla grande.

 





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Tags: Comedia americana, Zinemaldia, Festivales, Paul Thomas Anderson



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